domingo, 4 de abril de 2010

Tamboradas en silencio

InfoSord-Tobarra (Albacete), 2 abril
Por Josechu Guillamón

Serapio Martínez Sánchez nació en Tobarra hace 45 años y como buen tobarreño es un experto tamborilero, al igual que su hermana Mónica. Sin embargo, existe una pequeña diferencia entre sus paisanos y ellos y es que estos dos hermanos son sordos de nacimiento.
Así mientras que el resto de los mortales escuchan el atronador sonido de los tambores desde kilómetros de distancia, ellos se mueven entre los redobles en un silencio total, pero sin perder el compás de los clásicos toques tobarreños, como son el Zapatata y la Magdalena.



A Serapio lo que más le gustaba de la Semana Santa tobarreña cuando era pequeño eran las procesiones, sin embargo, a los doce años se interesó por el tambor. «Desde entonces es lo que más me gusta. No sé cual es la razón, supongo que es porque soy tobarreño y el tambor es una de las mejores cosas que tiene nuestro pueblo».
Para aprender a tocar cualquier instrumento el oído es siempre muy importante, sin embargo los dos hermanos han logrado aprender sin escuchar nada. El secreto de Serapio es fijarse mucho.
«Aprender a tocar el tambor ha sido un poco como aprender a hablar. Yo aprendí a hablar por imitación, mirando. Y aprendí a tocar el tambor siendo sordo, imitando a los demás y viendo como lo hacían. Miro como tiemblan los tambores, como tocan los demás, como mueven las manos y algunos amigos como Chule, me han ayudado a aprender el zapatata, que creo que es lo más difícil».
Y es que la Magdalena la toca mejor que el tamborilero más experimentado. «La gente me dice que toco bastante bien. Aprender a tocar el tambor me costó un par de años, pero fui aprendiendo poco a poco». La vista no ha sido el único sentido que Serapio ha utilizado para aprender.
«A veces también te puedes guiar por las vibraciones. Cuando estas en un bar y la gente toca fuerte, se notan las vibraciones, sin necesidad de escuchar sientes vibrar los tambores y entonces es como puedes sentir como tocan. Yo siento las vibraciones también poniendo la mano en el tambor, pero si haces eso con alguien que no te conoce y pones la mano, la gente se asusta» -asegura Serapio mientras ríe-.
Desde la infancia
Es fácil imaginar que si a una persona que oye le resulta complicado aprender a tocar el tambor, a una persona sorda le resultará más difícil. Sin embargo, Mónica asegura que no necesitó mucho tiempo para aprender y es que fue más precoz que su hermano. «Yo toco el tambor desde pequeña. Empecé con 8 ó 9 años y la verdad es que no me costó mucho aprender. Aprendí mirando a la gente y copiando. No sé explicar el por qué me gusta tocar el tambor. Me gusta el ambiente».
A pesar de que a una persona que oye puede resultarle chocante que un sordo toque el tambor, nunca se han parado a pensar en ello, como asegura Mónica. «No sé si a la gente le sorprende que dos sordos toquemos el tambor, aunque imagino que sí. La gente además no se entera de que somos sordos, hasta que no nos ve hacer gestos». La pasión de los sordos por el tambor no termina con estos dos hermanos, como explica Serapio. «Conozco a más gente sorda que toca el tambor, de aquí del pueblo estamos mi hermana y yo y unos pocos amigos más. Pero también otros amigos que tenemos de las asociaciones de sordos han aprendido con nosotros y les gusta y entonces nos reunimos a tocar todos los años».
Como ocurre con las personas que pueden oir, el tambor no les gusta a todos. «También hay algunos amigos sordos que vienen y no les gusta el tambor -comenta Mónica-, ponen menos interés y no aprenden».
La afición por el tambor, les lleva a ir a otros pueblos cercanos, donde también es tradición. «Nosotros tocamos todos los años en las 104 horas de Tobarra, unos años tocamos todos los días y otros no. También vamos a tocar a otros pueblos, como Hellín, Mula (donde Serapio estuvo el pasado Martes Santo) y vamos también a todas las exaltaciones que pillan cerca y a algunas de las que se han hecho por la zona de Teruel».
Mónica no duda en recomendar la Semana Santa de su pueblo. «Aunque la gente no le guste el ruido, merece la pena que vengan a tocar a Tobarra, oigan o no, porque es algo diferente que merece la pena conocer».
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