sábado, 10 de abril de 2010

En casa de Araceli sobran las palabras

InfoSord-Bilbao, 6 abril
Por Arantza Rodríguez

SORDA DE NACIMIENTO Y CONDENADA A PERDER LA VISTA, LA VIDA DE ESTA BILBAINA ESTÁ LLENA DE SENTIDO

En casa de Araceli García sobran las palabras. Y el timbre de la puerta. Y la alarma del despertador. Sorda de nacimiento, al igual que José Mari, su marido, una bombilla le avisa de que es hora de levantarse o cuando alguien espera en el felpudo. El sonido se transforma en luz. Y la sonrisa de su hija, Nerea, que a sus ocho años habla por los tres, en una prueba irrefutable de que la vida de Araceli está llena de sentido. A pesar de que vaya a perder la vista y jamás haya oído.



En el bilbaino barrio de Altamira los números no guardan un orden aparente. Así que no queda otra que preguntar a los vecinos. Es lo que tiene quedar con una persona sorda, que no se le puede llamar por teléfono para pedirle una indicación. Localizado el portal, Nerea, la única oyente de la familia, contesta al automático y baja como un Rayo McQueen a media escalera. Estaba haciendo los deberes en la cocina y la visita es la excusa perfecta para tomarse un respiro. En el umbral de la puerta, Araceli saluda sonriente a Txaro Maniega, la presidenta de la Asociación Pro Personas Sordociegas de Euskadi que, en calidad de intérprete de la lengua de signos, le prestará su voz.

Dos retratos enormes de Nerea el día de su bautizo y de la boda de Araceli presiden la sala, pero son las fotos 10x15 las que más cuentan. En una, madre e hija ríen, en otra sale la niña disfrazada de princesa, en otra la familia al completo posa en Disneyland París. Sobre el mueble, pequeños souvenirs de Amsterdam, Lisboa, Bélgica... No parece que la discapacidad de los padres haya hecho mella en sus vidas. Incluso la bombilla instalada encima de la puerta, que hace las veces de timbre, pasa desapercibida. Sólo al comenzar a hablar, las manos de Araceli cobran movimiento y se evidencia su carencia.

LA CEGUERA LE ALEJA DE SU PASIÓN

Lágrimas a punto de cruz

Educada en un colegio de sordos, donde aprendió la lengua de signos, Araceli vocaliza lo suficiente como para que se le entiendan algunas palabras sueltas. Habituada al silencio, recuerda, con la ayuda de la intérprete, lo mal que lo pasó cuando le empezó a fallar la vista. "Estaba trabajando en confección y veía que las figuras se nublaban y se me movían. Me puse muy nerviosa. Fui al médico y me dijo que me pusiera gafas, pero no se arregló mi problema. Después fui a Barraquer, a Barcelona, y a muchos otros médicos, pero no me dieron ninguna solución", resume resignada. Han pasado catorce años de aquello y su papel como espectadora del mundo va tocando a su fin. Por un ojo ya no ve nada y por el otro, "las cosas torcidas, como haciendo aguas". "Con el esfuerzo de estar mirando algo constantemente se me cansa la vista y ya no enfoco. Con la luz todavía, pero por la noche no veo nada". De hecho, cuando dan un paseo, es su marido quien le avisa si se cruzan con algún conocido. "Me suele decir: Ha pasado alguien. Ah, pues no me he dado cuenta. La verdad es que no le he visto", cuenta con naturalidad. Apenada, pero contenida. Sin dramatizar.

Incapaz de reproducir el complejo término médico que apagará tarde o temprano su mirada, Araceli es consciente de sus limitaciones. Sabe que la ceguera le impedirá seguir trabajando en la empresa de electrónica que la ha mandado a casa vía ERE, pero confía en encontrar otro empleo en el futuro. "Soy una persona muy activa. Necesito trabajar. Ahora estoy esperando. He ido muchas veces a la asamblea y me dicen en la empresa que no hay trabajo, así que aquí estoy, en casa".

El panorama abatiría a cualquiera, pero estar en el paro, en su caso, tiene un gran aliciente. "La que está disfrutando mucho con esta situación es mi hija. Está muy contenta de que yo esté en casa y la cuide", dice. Nerea no disimula su alegría. "Cuando mi madre trabajaba me cuidaba mi abuela y no veía a mi padre casi nunca. Ahora que está en paro veo más a mi familia", agradece la niña. Prueba de su franqueza es que oye la puerta y sale disparada, al grito de "Papi, papi", para recibir a José Mari, que ha hecho un receso en su jornada como vendedor de cupones para comer.

La mesura emocional de Araceli está a punto de desbordarse cuando toma entre sus manos un tapete inacabado de punto de cruz. "Me gusta mucho, pero ya no puedo hacerlo porque no veo". Es entonces, al escucharla y ver sus ojos empañados en lágrimas, cuando uno repara en que la pared está tapizada con sus obras. La ceguera le aleja de su pasión. "Es muy bonito, pero lo tiene que dejar porque va perdiendo la vista", comenta con voz triste su hija. Y Araceli, impotente, tras acariciar con sus dedos la aguja aún prendida de una tela condenada a amarillear, dice que la tirará a la basura. Y eso duele.

EL CORAJE SE TORNA EN TEMOR

Pensar en el futuro la deprime

Valiente, Araceli no dudó en ser madre, pese a que ella y su marido padecían sordera. "El médico me extrajo el líquido amniótico y me dijo que la niña estaba muy bien. No lo ha heredado. Está perfecta", reitera. A pesar de que oye, Nerea habla tan bien la lengua de signos que "a veces la confunden con una niña sorda". Avispada a la fuerza, ayuda a su madre cuando la llaman al móvil o quiere hacerse entender en alguna tienda. Araceli, por su parte, le echa una mano con los deberes. "Con un ojo todavía me defiendo. Le ayudo en matemáticas, en lengua... El inglés se le da muy bien", presume de hija. Cuando es ella quien está en apuros, pide sopitas a la abuela "para hacer gestiones, ir al colegio o al médico", pero siempre que puede se intenta arreglar sola. "Si vamos a un bar, como a mi marido se le entiende peor, suelo pedir yo. Compro en tiendas donde me conocen y a través de mensajes de texto quedo con mis amigas sordas y vamos de paseo". Cuando se cierre el telón ante sus ojos, ya no podrá leer los sms, pero confía en no quedarse aislada. "Sola, no, por Dios, qué aburrimiento. Yo necesito estar con la gente". Es más, reclama "que se prioricen cuestiones como la comunicación y la movilidad del colectivo de sordociegos, porque necesitamos comunicarnos y estar en contacto unos con otros para no agobiarnos y no entrar en una depresión".

Pese al coraje demostrado, a sus 43 años Araceli piensa en el futuro y sus ánimos flaquean. "Estoy acostumbrada a ser sorda, pero sí que tengo un poco de miedo a perder la vista. Eso sí que me agobia bastante más", confiesa. Le angustia tanto que rehuye hablar del tema. "Prefiero no obsesionarme porque estoy un poco deprimida y necesito animarme. Prefiero no pensar en el futuro, prefiero que no me ayuden, incluso, ser autónoma". Quizá por eso oculta su pérdida de visión. "Algunas personas no saben que me estoy quedando ciega. Prefiero que no lo sepan porque me agobiaría bastante. Me lo callo para mí".

La que no se guarda nada para sí es Nerea. "Mis amigos me dicen que a ver si les puedo enseñar un poco de lengua de signos, pero no se burlan de nada. A mí me gustaría que mis padres oyeran y que mi madre pudiera ver un poquito más". Sabe que no es posible, pero como niña, sueña despierta. También repite una y otra vez que quiere un perrito. Como si por mucho decirlo, su deseo fuera a hacerse realidad. "¿Te enseño mi habitación?", suelta de pronto. Quién podría negarse. Un montón de peluches sobre el armario, una colección de cuentos, una consola y un televisor... Pero la niña no alardea de wii, sino de un tesoro único e irrepetible. "Cuando mi madre tenía bien la vista hicimos ese puzzle", dice y alza la mirada hacia un mosaico de personajes de Disney, colgado encima de su cama. Conmovido por su sonrisa nostálgica, uno recuerda de pronto la última vez que se quejó y, de puro insignificante, se muere de vergüenza.
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