martes, 30 de marzo de 2010

Sordos a Dios

InfoSord, 30 marzo
Por Dr. Hugo Marietan

Un perverso disfrazado de sacerdote, y ejerciendo toda su vida como tal, abusó de 200 niños sordos desde 1950 a 1974. Este pederasta confeso fue denunciado por tres obispos en distintas oportunidades, pero los hombres encargados de la “disciplina” eclesiástica prefirieron preservar el buen nombre de la Institución antes que salvar a otros niños de los abusos de este psicópata perverso suelto. En lugar de un castigo, lo enviaron a otro destino donde seguía relacionado con niños.

Los responsables del saneamiento de los sacerdotes, los encargados de la “justicia” en la Iglesia, parecen tener valores distintos a los de la población común, que pide una condena justa para estos depravados. La población común está compuesta por muchos católicos y varios fueron padres de esos chicos abusados por el perverso, que aprovechaba el momento de “la confesión” para disfrutar de ellos.

Las voces que protestaban no fueron escuchadas, las denuncias de los propios colegas religiosos no fueron oídas, el sufrimiento de por vida de los niños sordos rebotaba contra el muro de silencio. Los que debían administrar justicia eran sordos a las denuncias, sordos a su doctrina, sordos a Dios.

Y lo dejaron seguir, hasta que el perverso, viejo y amparado por la oscura sotana de la Institución, murió.

Ni tampoco así se abrió el expediente para investigar la vida de semejante psicópata. Se cometió una injusticia, se creó una mancha en la milenaria institución, que junto a las otras manchas roen la credulidad en la Iglesia.

¿Pueden aquellos 200 niños sordos, ahora adultos, por fin hacerse escuchar por el anquilosado oído de los que no los quieren escuchar?

¿Puede la acción de un psicópata y la complicidad del justiciero de la iglesia prevalecer por sobre las secuelas de esos 200 abusados y continuar con el injusto código de silencio?

¿Puede el fuero civil en el futuro, ante la ineptitud del fuero eclesiástico, rasgar la sotana protectora de perversos y someterlo a la justicia ordinaria sin más miramientos que el de procesar a un pedófilo?

Es bueno para la Iglesia depurarse de aquellos que distorsionan la doctrina y empañan la beatitud de los principios religiosos. Piénsese que no se condena a un sacerdote, sino a un perverso psicópata que se ha disfrazado de sacerdote para libar en los feligreses más pequeños, aquellos que puramente se entregan a las manos de un ministro de la fe, sus más oscuras y pervertidas necesidades especiales.

La Iglesia, y cualquier otra Institución, debe arrancar la cercanía de estas manos degeneradas de los cuerpos infantiles; de las personitas que comienzan a adquirir valores y se ilusionan creyendo que ese adulto, al cuidado del cual los dejaron sus padres, le brindará la caricia espiritual que los ayude a abrigarse de la hostilidad del mundo, y ni se imaginan chocarse con unas manos deseosas de encontrar en sus genitales la calma que le impele sus pervertidos instintos.
Ellos, los abusados, jamás superarán esta experiencia y la mácula los acompañará de por vida, obstaculizando sus relaciones íntimas con sus parejas. Los psicópatas, los perversos en este caso, seguirán siendo lo que son, inconmovibles, invariables, estén donde estén y los castiguen como los castiguen.

Y debo recalcar, una y otra vez, que no somos iguales, que debemos aprender a reconocer las diferencias, y a distinguir a los psicópatas. Por inercia solemos decir “un sacerdote abusó de un niño…”, “un profesor violó a una alumna…”, “un médico descubierto como pedófilo…”, “un policía…”; generando la falsa idea de que la profesión o la institución crea a estos degenerados, con el agravante de que al mencionar la profesión o la institución se mancha y se genera con ello una sospecha sobre todos los que ejercen esa profesión (“Si es profesor de gimnasia puede ser un pedófilo”, “Si es sacerdote el celibato lo puede llevar a ser perverso”, etc.) y no es así.

Evidentemente no es así. De los miles de profesores a cargo de chicos, de los miles de sacerdotes que educan, de los miles de médicos pediatras que asisten niños…, la enorme mayoría son profesionales muy alejados de la perversión. Sólo una minoría (el 3 %) escondidos detrás de un título, de una sotana, de un guardapolvo, usa su profesión como coto de caza para satisfacer su perversión. No es entonces un médico, un sacerdote o un profesor, es un psicópata perverso disfrazado.

Los medios de difusión deberían hacerse cargo de educar sobre esta diferencia evitando los titulares que anteponen el diploma o profesión a la palabra pedófilo (“Un sacerdote pedófilo”) y titular adecuadamente “Un pedófilo que ejercía como sacerdote…”. Eso ayudaría bastante a informar a la población de que estos perversos existen, que deambulan donde hay niños, que hay que estar alertas, y que ni el diploma, ni la profesión genera a estos psicópatas.

No somos iguales. Distinguir no es discriminar, es conocer, como lo decía Anaxágoras, seiscientos años antes de Cristo.
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