domingo, 28 de marzo de 2010

Lawrence Murphy, 24 años de abusos, una vida de impunidad

InfoSord-Nueva York, 27 marzo
Por Andy McSmith

El padre Lawrence Murphy era un hombre dotado de encanto y don de gentes. Pequeño de estatura, era un irlandés sociable y carismático que tenía la rara habilidad de comunicarse con fluidez en el lenguaje de signos. Se dice que verlo oficiar con las manos era más conmovedor que si hubiera pronunciado palabras.

Fue el mentor y guía espiritual de cientos de muchachos vulnerables, y algo que aprendieron de él es que existen individuos repulsivos en el mundo de los adultos que gratifican su salaz apetito sin consideración por los demás. El padre Murphy era un pederasta predador, cuyos crímenes son aún más horrendos por la indefensión de sus víctimas. Los alumnos de la escuela St John’s, en la ciudad de St Francis, Wisconsin, eran sordos. Era un internado, así que no por las noches no había forma de escapar del indigno sacerdote que tenía el poder sobre ellos.

De cualquier modo, era el único adulto con el que muchos de ellos podían comunicarse. No recibían educación sexual, así que no tenían forma de entender lo que sucedía. Puede que algunos hayan pensado que merecían ese trato.

Steven Geier fue llevado a St John’s cuando tenía seis años, luego de quedar sordo a causa de una fiebre muy alta. Lloraba cuando sus padres se fueron; el padre Murphy le ofreció consuelo, sólo para abusar de él más tarde. Geier también presenció los abusos a los que una docena de compañeros fueron sujetos.

“Murphy tenía todo el poder –declaró Geier en una entrevista, cuatro décadas más tarde. No había escapatoria, era como una prisión. Me sentía confundido cuando Murphy me tocaba. ‘Dios mío, ¿está bien esto?’, me preguntaba.”

“Fue espantoso –comentó otra de las víctimas, Joe Daniels. Yo sentía rabia y vergüenza.”

Cuando llegaba la hora de volver al internado, el pequeño Arthur Budzinski se encondía debajo de la cama, llorando. Sus padres no sabían lo que ocurría; su madre, Irene Budzinski, hoy de 89 años, explicó años después: “Nunca aprendí el lenguaje de signos. Cuando uno tenía un niño sordo, la enfermera de salud pública decía: ‘Llévelo a una escuela’. Buscamos un buen lugar; ¿a quién se le iba a ocurrir que alguien quisiera hacerle daño a un niño?”

Hay una vieja fotografía de Arthur Budzinski en 1962, cuando tenía 13 años, con otros 10 niños sordos que formaban el equipo de basquetbol del colegio. Entre ellos se observa al padre Murphy ataviado con una larga sotana. Cinco de esos 11 niños fueron objeto de ataque sexual.

Budzinski observó cómo un niño de su edad, Pat Cave, sufrió abuso en el dormitorio. Volvieron a encontrarse 42 años después. Antes de ese encuentro, en 2004, Pat Cave creía que él había sido el único muchacho en haber recibido las atenciones del sacerdote. De hecho, tal vez ni siquiera fue la única víctima en su familia: tenía un hermano mayor que también fue a St John’s, a quien Murphy llamaba con frecuencia a su oficina por las noches y lo entretenía largo rato. Pat nunca habló del asunto con su hermano, quien se mató en un accidente de motocicleta a los 21 años de edad.

Nadie sabe con exactitud cuántos chicos sufrieron a manos de Murphy en los 24 años que estuvo al frente de la escuela. Pudieron haber sido hasta 200. La mayoría no lo revelaron durante años, otros nunca. James Smith se lo guardó tanto tiempo, que cuado empezó a hablar de ello, a la edad de 62 años, se puso a temblar y a llorar. “Yo estaba jugando beisbol –relató– cuando de pronto venían los muchachos y me decían que el padre Murphy quería verme. Yo me negaba, pero él me llevaba a rastras y volvía a molestarme. Jamás se lo dije a nadie; pensé que yo era el único.”

Sin embargo, otros hablaron. Entre los documentos dados a conocer por The New York Times hay un relato, escrito en 1974, de un joven que salió de St John’s apenas cuatro años antes, dispuesto a comparecer en tribunales para acusar al abusador. Estaba tan decidido a hacerse creer que se ofreció a dar una descripción del pene del padre Murphy y pidió al tribunal que verificara su testimonio.

Poco después de ser enviado a la escuela, en 1964, el muchacho se metió en problemas con alguien del personal y lo enviaron a la oficina del padre Murphy. “Primero me regañó por ser un mal muchacho –escribió. Luego me llevó a su habitación y me enseñó sobre sexo. Primero me dio un cintarazo en las nalgas y luego se puso a tocarme el pene mientras me explicaba las cosas del sexo.

Pocos días después, volvió a llamarme a su habitación y me ordenó que me quitara la ropa para tocarme el pene y volver a explicarme sobre sexo. De allí volvió a molestarme muchas veces con que fuera a su cuarto y me obligaba a hacer indecencias con él.

Es difícil imaginar de dónde sacó valor el muchacho para escribir semejante recuento de tan reciente experiencia de su niñez. En ese año, 1974, Murphy fue por fin destituido de la escuela que había gobernado desde 1950… pero eso fue todo.
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