viernes, 12 de diciembre de 2014

Gran comunidad de sordos en las montañas de P.Rico vive doblemente aislada

SOCIEDAD

Orocovis (Puerto Rico)

En el centro geográfico de Puerto Rico vive la mayor concentración de sordos de la isla, doblemente aislada del resto del mundo porque la lengua de signos que usan está plagada de regionalismos, hasta el punto de que no se entienden siquiera con otros puertorriqueños con la misma condición.

"Aquí en Orocovis hay muchos sordos. Es bueno para compartir y comunicarse. Por eso me encanta vivir aquí", explica el joven Jesús Marrero, que a punto de cumplir 34 años ha aprendido a hablar con sonidos y también con la lengua oficial de señas estadounidense.

Por ello, trabaja en una de las escuelas de la zona, que integra entre su alumnado a parte de los niños con sordera de este pequeño pueblo de montaña.

En su apartado barrio de Miraflores hay familias enteras sordomudas, muchas de ellas con altos niveles de consanguineidad.

Rodeados de montes, carreteras comarcales imposibles y una espesa vegetación selvática, esta comunidad está muy aislada (el agua potable no llegó a las viviendas hasta 1991 y el teléfono aún más tarde) y es particularmente endogámica, lo que ha propiciado la rápida expansión de un problema genético que produce sordera.

"Históricamente se juntaban muchos primos con primas, o entre familiares, lo que hacía que cada vez hubiera más sordos aquí", explica Marrero, que asegura con orgullo ser capaz de comunicarse con la lengua oficial estadounidense de signos, aunque reconoce que ésta no le vale para entenderse a nivel local.

Y es que la lengua de señas que usan los habitantes de Miraflores tiene décadas de antigüedad y aislamiento, lo que ha propiciado que la invención de muchos gestos, incluso para referirse a conceptos tan universales como madre o niño, cuentan quienes lo conocen.

"En el lenguaje de señas de Orocovis hay dos vertientes, una la oficial, el American Sign Language, y otra (plagada) de regionalismos, creada por los sordos del área, que la han ido pasando de generación en generación", explica Ana Pérez Ortiz, una maestra de Educación Especial en la Escuela Ana Dalila Burgos.

Ella lleva décadas trabajando con los niños sordos de esta comunidad, tan aislada que ni siquiera existen datos fiables sobre el número de personas con incapacidad auditiva que viven aquí.

"Antes tenía que ir casa por casa convenciendo a los padres de que llevaran a los niños a la escuela", asegura Pérez, quien relata cómo hay muchas personas que jamás han salido de este pueblecito y no tienen intención alguna de hacerlo.

"Ahora ya ocurre menos, pero hace unos años muchas familias no tenían ninguna intención de que sus hijos se educaran o conocieran al menos el lenguaje de signos oficial. Vivían en su burbuja y así estaban bien", apunta la educadora.

Lo que no logran cambiar es la estandarización de la lengua de señas que utilizan, una especie de jerga o "slang" única de Miraflores que "los padres enseñan a los hijos, y los hijos a sus hijos".

"Vienen a la escuela y aquí se les enseña el oficial, pero como no lo utilizan en su entorno, ellos prefieren seguir utilizando este otro de regionalismos que aprendieron de sus padres, porque es la mejor manera que tiene de comunicarse entre todos ellos", apunta la maestra.

Ella se refiere a este fenómeno como un grado más en el aislamiento que ya de por sí sufren, tanto por ser sordos como por vivir en un lugar tan remoto y a su vez endogámico.

Una de las madres de la zona que sí está haciendo un esfuerzo para que su hijo Benjamín, de seis años, vaya a la escuela y aprenda a comunicarse es Rosa López, quien sabía desde un principio que era muy probable que naciera sordo.

El padre de Benjamín es también sordo, así como los cuatro hermanos del progenitor, entre otros familiares. Todos ellos son vecinos y apenas tienen contacto con el exterior.

"Me encanta aquí porque estamos en familia. Ellos son parte de mí ya: Mi esposo es sordo y mi hijo también", así que vivir en esta comunidad, explica, "me trae más comunicación con ellos y ya me siento mejor con ellos que con personas regulares" (normales).

Cuando se le pregunta si no tiene la sensación de estar viviendo en una burbuja, que no está dando una amplia visión del mundo a su hijo, reitera: "Me siento más a gusto viviendo con familias que son sordas, me encanta y sé que con ellos voy a seguir viviendo".


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