martes, 3 de mayo de 2011

Rocío Ratto: “El respeto se gana con trabajo”

Perú, país con cifras macroeconómicas sobresalientes, de empresas que se publicitan como socialmente responsables. En el 94, aquí un elenco de actores comenzó a trabajar para que su discapacidad deje de sernos indiferente. Solicitados en el mundo, han emprendido aquí –siempre con su directora- una misión mayor.

Miguel vive en La Victoria y tiene 42 años, uno más que Rocío Ratto, la profesora de educación especial que en 1994 decidió poner a prueba una idea: formar un grupo de teatro integrado por discapacitados. Unos ochenta asistieron a su convocatoria, Miguel fue el primero en llegar. Desde entonces integra Imágenes, una asociación sin fines de lucro que colabora con su granito de arena para que este país sea un lugar cada vez mejor.

En el 92, en Cuba, asistir a una obra de teatro protagonizada por sordos la impactó tanto que una vez en Lima decidió asumir un reto mayor, y convocó a adultos especiales.
Sí. La sensación con la que me quedé fue: “He visto a unos extraordinarios actores”. “Son sordos”. “¡Eso no me interesa! Son actores extraordinarios”. En ese momento descubrí un valor agregado: ¿Por qué vemos siempre las deficiencias? Yo simplemente vi toda esa capacidad que nunca se les ha permitido demostrar. Vi que lo que ellos estaban haciendo para la sociedad, era valioso. Viendo a esos sordos actuar –como cualquiera de nosotros- me di cuenta de que eso era lo único que los conectaba a la –entre comillas- normalidad; y justo en una época en la que los discapacitados estaban fuera de la sociedad.

Claro, porque si aún hoy somos indiferentes, en 1992…
Y si antes peleábamos contra su invisibilidad (ante la sociedad), ahora lo hacemos contra los mismos movimientos de derechos humanos que creen que a estas personas les basta con tener olimpiadas especiales. Hoy enfrentamos ese paradigma, porque sí, eso es reparador y terapéutico, pero si ha habido una única forma digna de incluirlos en la sociedad, esa ha sido como artistas.

Los convocó a través de un anuncio en El Comercio.
Claro: “Casting para personas especiales. Acercarse a tal dirección…”. Me acuerdo que no tenía local, hasta que apareció un familiar de la actriz Rosa Wunder. La gente del medio teatral ha estado desde el primer momento con nosotros.

¿Recuerda ese casting? ¿Cómo fue el momento cuando se abrió la puerta y vio al primero?
¡Era un casting! Hicimos las cosas que se hacen en un casting: pasaban, daban su nombre…

Mi pregunta es estúpida, ¿no? Estoy partiendo de un prejuicio: de que como se trataba de personas especiales…
Claro, y yo ya no partía de eso porque ya lo tenía claro. Ahora, esa fue una noción que no sé cómo tuve, porque yo fui formada para no pensar así; sino: al chico hay que ayudarlo… ¡No! Esas personas iban a ser artistas.

O sea que usted fue contra lo que decían todos sus años de estudios.
Contra todo. Después se me dio la razón, pero ¡después! Porque entonces la Unifé no me quería contratar (ríe)… Se me cerraron todas las puertas. Era algo revolucionario. Me decían: “Esto es una terapia, usted tiene que tener cuidado con lo que está haciendo”.

En el 94 creó Imágenes y ese mismo año presentaron su primera obra: “Solo el amor”.
El amor es intangible, ¿no? Lo que ellos estaban haciendo, también. Lo que ellos querían era cambiar la mirada de la gente respecto a las personas con discapacidad; y eso, se hace con amor.

No con compasión.
No. E incluso tenían que romper barreras en sus propias familias. Había un papá que me decía: “Ella (por su hija) es la cruz que me ha mandado Dios”. Ese señor falleció el año pasado, nos acompañó durante todo este tiempo y su hija es la mejor actriz del grupo. Nosotros lo recordamos con mucho amor porque pese a que le costó comprender nuestra labor, no hubo día en que la dejó de acompañar al teatro. Ya no cargaba ninguna cruz, tenía a la mejor bailarina; y la gente decía de ella eso: “Rosario es una bailarina”.

Son tan buenos, que durante una presentación en Madrid, en 1997, el público creyó que se trataba de actores que estaban haciendo de chicos Down.
Ajá (ríe)… Pepe (Corzo) se debe acordar, porque él fue con nosotros y se amaneció trabajando conmigo. Además de ver el vestuario, él se hizo cargo de las luces. Su entrega fue total. Ese tipo de personas nunca nos han faltado.

Me está hablando del afamado diseñador de modas, al que se pelean las compañías de teatro para que se haga cargo de sus vestuarios, y usted lo tenía ahí, gratis y haciendo mil cosas para Imágenes.
¡Ah, sí! Es que así ha sido con todos: Lucho Peñaherrera y Dani Kanashiro del Grupo Uno; César De María, Lucho García Zapatero, Eduardo Tokeshi, Silvia Montoya… Todos estaban metidos en Imágenes. ¡Todos!

Dicen que de adolescente, de joven, uno es soñador, romántico. Después uno crece y se adecua al sistema. Usted continúa como cuando empezó a los 24 años, ¿por qué?
El romanticismo por Imágenes, sigue. Aunque el año 2000 llegamos a un punto. Dijimos: “Hemos hecho todo hacia fuera, incluso en el extranjero nos conocen. Pero, ¿cómo repercute esto en nosotros?”. Y comenzamos a descubrir situaciones de vulnerabilidad, de las que ahora incluso nos llegamos a sentir responsables.

No entiendo.
Nos piden actuar en San Juan de Lurigancho ante gente en extrema pobreza y personas con discapacidad en condiciones lamentables. Nuestra labor, además de actuar, comenzó a ser la de conversar con las familias, orientarlas. Nuestra proyección fue mayor, fue hacia dentro. Por ejemplo: la Defensoría del Pueblo nos mandó a Uchuraccay. “Quiero alegría”, me dijo el defensor. Llegamos un día antes y la gente de Uchuraccay, lo primero que nos dijo fue: “Nosotros no somos asesinos”. Hablé con el escenógrafo y decidimos cambiar de obra, les presentamos las escenas de guerra de “La Noche Antes del Combate” (una reflexión sobre la crueldad que sufren las personas con discapacidad en nuestra sociedad).

En ella sus actores son parte de una tropa de soldados discapacitados.
¡Y tenían a soldados de verdad al frente! Porque era 1999 y en Uchuraccay aún estaba el Ejército. Entonces existía la leva, ¿tú sabías que entonces se levaba a chicos con retardo mental? ¡Claro! Porque entonces no había DNI para ellos. La violación de sus derechos humanos partía ¡desde ahí! La obra trata en parte sobre eso… ¡Es muy fuerte! Y ahí está el otro tema de Imágenes, su función social: decir las cosas que nadie se atrevía a decir.

El objetivo era que dejen de verlos como seres pintorescos: “Ay, qué lindos, míralos cómo actúan”…
Exacto. Hay mucha gente que me dice: “Tú dramatizas”. Mira, el 80% de las obras de Yuyachkani habla del retorno, del terrorismo. Yo les contesto: “Déjanos. Nosotros hemos contextualizado nuestra vida dentro de nuestras reseñas históricas; y estos actores son personas que han sufrido en todo espacio”.

En una de sus obras, una actriz llama la atención sobre cómo al uno atarse los pasadores pasa desapercibido, pero cuando ella lo hace…
“Ay, ¡qué linda!”.

Los estamos agrediendo, ¿no?
¡Claro! Es una mirada compasiva. Esa obra la presentamos en el Congreso de la República; y ese, es otro tema: la incidencia política; porque hasta entonces ya habíamos hecho bastante con que la gente nos aplauda porque nos habíamos atrevido a actuar, pero nosotros queríamos más, y nos metíamos a los festivales de teatro para competir por nuestra calidad artística. Hoy, ya no lo necesitamos. Ya lo hemos hecho durante diez años. Nos siguen llegando invitaciones del extranjero, pero no. Y es verdad, de seguir así hoy seríamos más famosos, pero más famosos afuera que dentro del país.

Es difícil de entender.
Tienes que tomar una decisión. A mí, cuando Imágenes cumplió el quinto año, España me quería allá; de Estados Unidos no paraban de solicitarme para cursos, pero todo era para allá: para desarrollar un capital social allá; y yo ya tenía un compromiso aquí.

A los creadores de La Tarumba, del Centro Ann Sullivan, también les pasó lo mismo y no se fueron. ¿Por qué?
Porque aquí es. Ese fue el primer motivo; y, el segundo, porque aquí todo estaba por hacer. ¡Todo! Y eso es lo que uno busca: hacer, construir.

Quería rescatar la dignidad.
Eso era. Y lograrlo a través de valores estéticos para que su arte se pueda apreciar, porque ellos eran invisibles, tenían que ganarse el respeto, y el respeto se gana con trabajo. Con trabajo bien hecho.

Usted no vive de esto. Económicamente, hablando.
No. Imágenes me enseñó a crear políticas públicas y proyectos creativos, y además me ha convertido en una muy buena consultora para instituciones públicas y privadas.

¿Por qué estudió Educación Especial?
Porque quería hacer algo que generara un cambio. Y me pregunté: de todo lo que hay, ¿qué no tiene hasta ahora un cambio? Puedo salvar vidas como médico, generar leyes… Pero, ¿cómo le cambio la mirada a la gente sobre este ser humano que prácticamente no existe? Yo ya había tenido experiencia en mi colegio con una compañera a la que atropellaron y quedó con una discapacidad intelectual. De un día para otro ella dejó de ser un ser humano…

Dígame, ¿no cree que les ha alterado la vida? Aquí y en el mundo se aplaude que chicos con discapacidad trabajen en bancos, supermercados… Para sus actores, esas son chambas menores.
Claro, y todos me cuestionan (ríe)… Pero en Suecia escuché a una persona de 50 años reclamar porque solo los llamaban para trabajos menores. ¿Y cuáles se refería? A limpiar mesas en los Kentucky, meter verduras en los supermercados… “Yo quiero hacer algo más que eso”, dijo. Si ellos no han tenido un mejor trabajo, no es porque no estén capacitados sino porque la sociedad no se los ha permitido.

De nuevo: ¿No los ha metido en un problema? Suecia no es el Perú. Aquí no estamos preparados.
No pues, pero ¿cómo están ellos? Ellos están fortalecidos, viven mejor, aceptan su condición de vida. Yo también me cuestioné: “Dios, ¿cuál es la retribución de la sociedad frente a todo lo que ellos han hecho?”. No hay un solo indicador de demencia mental en ellos, y ten en cuenta que a su edad, muchos –y el porcentaje es altísimo en el mundo entero- ya sufren ese mal. Eso se debe a su calidad de vida, a que tienen un lugar como seres humanos. Eso es lo que ellos han ganado, y también lo que he ganado yo. Por eso siento que el valor de Imágenes es haber logrado un cambio sustancial.

Como sociedad, ¿qué tan enfermos estamos?
En el mundo hoy se están sacando indicadores de salud mental, y hay una gran población que no entiende por qué teniendo los medios económicos y todo lo que se mide como calidad de vida, está sumamente infeliz. Generar riqueza está bien, pero está la resiliencia: mi situación de dolor -la de cualquier ser humano- la puedo transformar en una situación de amor. ¿Cómo? Ayudando al otro. Al comprometerme con el otro, soy feliz.

¿Una sociedad digna, implica una sociedad con un mercado más sano?
¡Claro! Hay que acabar con el doble mensaje: tienes en tu escritorio la foto feliz con tu familia y, a la vez, tratas mal a tu gente.

Del 94 a la fecha el respaldo de la empresa privada debe haber sido clave para Imágenes.
Es gracioso, porque por más que yo me mataba diciéndoles que somos un grupo de teatro profesional, muchas empresas nos donaban más por el hecho de tener una discapacidad que por nuestra capacidad como artistas. Eso me afectaba mucho.

¿El empresario local es hoy socialmente más responsable? 
No.

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