jueves, 14 de enero de 2021

La historia del músico salmantino más olvidado

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La historia del músico salmantino más olvidado

Felipe Espino (1860-1916), compositor y pianista, es uno de los salmantinos más olvidados en su tierra natal. Solo se le recuerda con la calle donde se levanta la Diputación, quizás un gesto insuficiente como se desprende del pormenorizado estudio que ha realizado Sara Maíllo Salgado tanto para el Diccionario Biográfico como, en los años 90, para la Revista de Estudios que edita La Salina.

Nieto de médico e hijo de diamantista, recibió clases particulares de música de su tío Pedro Sánchez Ledesma, director de la sección filarmónica en la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy, ya que no podía matricularse oficialmente hasta cumplidos 11 años. Con solo 8 años, y falseando la edad, pudo entrar como alumno oficial en la escuela, con tres años de adelanto, iniciando una brillante carrera musical en la que obtuvo numerosos premios por su virtuosismo al piano y prolífica labor compositiva, según pormenoriza Sara Maíllo.

A los 18 años se fue a Madrid a ampliar sus estudios, tras dar un concierto público de piano en el Teatro Liceo de Salamanca, y después de estrenar la zarzuela “Eva” para conseguir algunos reales para financiar su estancia fuera de Salamanca. En 1880, Espino lograba el Primer Premio de piano y poco después, el Primer Premio de Composición. Consiguió una pensión de número para estudiar durante tres años en Roma, tras superar una dura oposición. Llegó a Roma el 1 de octubre de 1882 y pronto fue conocido por sus numerosos conciertos en la afamada Sala Dante, narra Sara Maíllo.

Etapa europea. En 1886, Espino viajó a París con una nueva beca de otros tres años concedida por la infanta Isabel de Borbón, que admiraba profundamente al músico. Allí compuso algunas obras y terminó la ópera que había dejado inconclusa en Roma. Finalizada su estancia en París, regresó a España tras haber dado numerosos conciertos en lugares tan prestigiosos como la Gran Sala de la Casa Errad y haber conocido a los artistas más famosos a quienes había acompañado al piano.

Después de su paso por Roma, Nápoles, Turín, Génova, Milán, Florencia y Venecia, así como por París, Ginebra, Londres, Bruselas, algunas ciudades alemanas y otras importantes capitales, donde había estudiado o dado conciertos, se afincó definitivamente en España, realizando conciertos con números de su ópera “Zahara”, uno de los cuales tuvo lugar en la casa del entonces presidente del Gobierno español, Práxedes Mateo Sagasta, donde fue felicitado por los asistentes incluida la infanta Isabel de Borbón.

Enterrado en Santander. En 1890 contrajo matrimonio con Carlota Pascual Méndez, fijando su residencia en Madrid. Al año siguiente y, dado que iban a ser padres, Felipe Espino quiso que su único hijo Fernando Simón naciera en Salamanca, trasladándose a esta capital. La Escuela de San Eloy le encargó entonces la creación de un orfeón, que con ciento veintiséis componentes se presentó por primera vez el 8 de septiembre de 1891 con el nombre de Orfeón Salmantino. Regresó a Madrid en 1892.

El 1 de abril de 1897 tomó posesión de la cátedra de piano, órgano, canto y armonía en el Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos de Madrid, realizando una auténtica revolución en la enseñanza musical para estos colectivos, logrando que sus alumnos invidentes tuvieran las calificaciones más altas en los estudios musicales.

Desde 1900 comenzó a dirigir en Santander los conciertos y veladas musicales del Gran Casino de El Sardinero, cuya actividad ejerció hasta 1905 para completar sus ingresos. Allí creó la “Rapsodia montañesa”, escrita originalmente para orquesta.

En 1907 tomó posesión de la Cátedra de Acompañamiento al piano en el Conservatorio de Música y Declamación de Madrid cuando esta institución estaba dirigida por el salmantino Tomás Bretón. En 1911 Felipe Espino estrenó en el Liceo de Salamanca “Alma Charra”, una suite hoy perdida, según ha confirmado Sara Maíllo.

Su salud se deterioró y una mal diagnosticada dolencia reumática que era, en realidad, una grave afección renal provocaría su muerte años después. En Santander, donde iba a pasar los veranos, durante una visita a sus amigos, se sintió repentinamente enfermo. Fue llevado a su alojamiento, donde falleció el 12 de julio de 1916. La viuda de su gran amigo y compositor Damián Rodríguez Gómez ofreció un lugar en el panteón familiar, frente al mar Cantábrico, donde reposan los restos del músico en el más completo anonimato porque nunca se grabó una lápida.


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