En Uruguay hay 30.000 sordos y un centro de salud donde se habla su lengua. Es la policlínica Tiraparé, donde se atienden 200 usuarios del sector público. El resto debe ir al médico con un intérprete o familiar. A veces entiende qué tiene, a veces no.
Pasillo de un hospital. Personas que caminan apuradas de un lado para otro. A un costado Patricia espera y trata de calmar a su hijo que grita y llora. Finalmente, la doctora llega y los atiende. Le pregunta qué le pasa. Patricia le explica pero no le entiende. Intenta de otra forma, pero es inútil.
La médica sale en busca de ayuda, entran enfermeras, intentan comunicarse pero nadie puede entenderla, y ella no puede comprender lo que tiene su hijo, que sigue llorando y gritando desconsolado.
Patricia es sorda. No tiene ningún problema mental y, en su lengua, sabe hablar. Pero nadie en todo el hospital habla lengua de señas, así que agarra el celular, manda un mensaje de texto a su suegra, la mujer llega, hace de intérprete entre la médica y ella, y recién entonces, se entera qué tiene su hijo. Y se calma.
La situación anterior se produjo en un hospital público pero no es diferente a las que se desencadenan en mutualistas y centros de salud privados de todo el país cuando llega una persona sorda a atenderse.
Rodrigo Couto, tiene 23 años y cuando tenía nueve fue operado en una mutualista. Hasta el día de hoy no sabe de qué. "Tenía un dolor fuerte acá (se toca a la derecha del estómago), vino el médico, habló con mi madre y ella puso una cara rara", rememora, "Me explicaron que había un problema, que fuera a otro piso y me indicaron que me acostara". Lo iban a operar.
Rodrigo recuerda el miedo por no saber qué pasaba. "Yo pensaba `estoy grave`, no sabía por qué era el dolor y no me decían que me iban a operar." Le pusieron anestesia y cuando se despertó estaba operado. Su madre le contó con los labios qué había sido, pero no retuvo la palabra porque no significaba nada si no entendía dónde había sido el problema exactamente y por qué operaron.
Hoy, a la distancia, aclara que no culpa a su madre porque, como la suegra de Patricia, lo que hizo fue apoyar y hacer de intermediaria para que accediera a la atención que necesitaba. "Pero siempre hablan un rato largo con el médico y al final te dicen un resumen, dos palabras y uno se queda sin saber el resto", lamenta.
Cuando "una persona sorda va a una consulta la tocan, su cuerpo es transgredido, hablan de su situación de salud y el es un fantasma, es como que no estuviera, pero está, hablan de él y tocan su cuerpo", enfatiza María Ortega, trabajadora social de la Policlínica Tiraparé, el único centro de salud donde ningún sordo se siente extraño.
"Es un proyecto que tiene cuatro pilares, ASSE, el MIDES, la Intendencia de Montevideo, y Fenasur (Federación Nacional de Sordos del Uruguay)", explica Elisa Lambiasse, médica coordinadora. "Surge de la necesidad del sordo de tener una atención específica en su lengua", subraya.
Fue creada tomando como referencia a la Unidad de atención a la salud de personas sordas en lengua de señas de París, Francia. Integrantes de esta unidad visitaron Montevideo durante 2012 e intercambiaron experiencias con sus pares. Uno de los aspectos que destacaron fue que incorporaran mediadores sordos desde el comienzo.
"Ellos después de trabajar muchos años (llevan 17) se dieron cuenta que había algo que faltaba, que había muchas cosas que no podían abordar por una cuestión cultural, y descubrieron que era muy importante la figura del mediador sordo", cuenta Lambiasse.
El mediador "es ese nexo que hace que el sordo, cuando llega, se sienta identificado con alguien que maneja su cultura", sintetiza Claudia Hirigoyen, una de las intérpretes de lengua de señas. Hay veces, relata, que el médico explica algo y la intérprete lo traduce pero el paciente no entiende. "Entonces llamamos a la mediadora, ella lo explica en dos segundos y el paciente lo entiende clarito".
Actualmente la policlínica cuenta con unos 200 usuarios. Entre ellos está Patricia, quien se enteró allí que los problemas que sufría su hijo no eran por gripe sino por asma. Hoy tiene otra hija. "Con la segunda fue mucho más fácil, porque todas las veces estuve con una intérprete y la comunicación fluyó. Ahora es mucho mejor, yo estoy mucho más tranquila", cuenta.
La misma tranquilidad sintió una paciente que llegó con prolapso de útero e infección urinaria y no sabía qué le pasaba. Le hicieron una ecografía y tenía un DIU hacía 20 años. Hasta entonces no sabía que era un método anticonceptivo que podía ser retirado como para que tuviera otro hijo.
Por eso, las personas que llegan a la policlínica sienten tal gratitud que se encargan de difundirla entre conocidos sordos e incluso a pacientes del interior del país, donde tampoco existe algo específico.
Pero la atención que puede brindar el equipo es finita. Atienden dos veces por semana (lunes de 14 a 18 y jueves de 8 a 11), cuando el caso es grave lo deben derivar a un hospital y solo llegan a personas del sector público. Su intención es acceder a la mayor cantidad de personas posibles pero saben que al atender 200 de los 30.000 sordos del país solo cubren la cima de un iceberg.
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Pasillo de un hospital. Personas que caminan apuradas de un lado para otro. A un costado Patricia espera y trata de calmar a su hijo que grita y llora. Finalmente, la doctora llega y los atiende. Le pregunta qué le pasa. Patricia le explica pero no le entiende. Intenta de otra forma, pero es inútil.
La médica sale en busca de ayuda, entran enfermeras, intentan comunicarse pero nadie puede entenderla, y ella no puede comprender lo que tiene su hijo, que sigue llorando y gritando desconsolado.
Patricia es sorda. No tiene ningún problema mental y, en su lengua, sabe hablar. Pero nadie en todo el hospital habla lengua de señas, así que agarra el celular, manda un mensaje de texto a su suegra, la mujer llega, hace de intérprete entre la médica y ella, y recién entonces, se entera qué tiene su hijo. Y se calma.
La situación anterior se produjo en un hospital público pero no es diferente a las que se desencadenan en mutualistas y centros de salud privados de todo el país cuando llega una persona sorda a atenderse.
Rodrigo Couto, tiene 23 años y cuando tenía nueve fue operado en una mutualista. Hasta el día de hoy no sabe de qué. "Tenía un dolor fuerte acá (se toca a la derecha del estómago), vino el médico, habló con mi madre y ella puso una cara rara", rememora, "Me explicaron que había un problema, que fuera a otro piso y me indicaron que me acostara". Lo iban a operar.
Rodrigo recuerda el miedo por no saber qué pasaba. "Yo pensaba `estoy grave`, no sabía por qué era el dolor y no me decían que me iban a operar." Le pusieron anestesia y cuando se despertó estaba operado. Su madre le contó con los labios qué había sido, pero no retuvo la palabra porque no significaba nada si no entendía dónde había sido el problema exactamente y por qué operaron.
Hoy, a la distancia, aclara que no culpa a su madre porque, como la suegra de Patricia, lo que hizo fue apoyar y hacer de intermediaria para que accediera a la atención que necesitaba. "Pero siempre hablan un rato largo con el médico y al final te dicen un resumen, dos palabras y uno se queda sin saber el resto", lamenta.
Cuando "una persona sorda va a una consulta la tocan, su cuerpo es transgredido, hablan de su situación de salud y el es un fantasma, es como que no estuviera, pero está, hablan de él y tocan su cuerpo", enfatiza María Ortega, trabajadora social de la Policlínica Tiraparé, el único centro de salud donde ningún sordo se siente extraño.
La policlínica.
La Policlínica Tiraparé fue creada en 2012, como un centro de atención público exclusivamente para personas sordas. Ubicada en el centro de Montevideo (en Uruguay 1936), cuenta con una médica, dos psicólogas, una asistente social, cuatro intérpretes y una mediadora sorda. Allí se ofrecen consultas de medicina general, diabetología, nutrición, ginecología y pediatría."Es un proyecto que tiene cuatro pilares, ASSE, el MIDES, la Intendencia de Montevideo, y Fenasur (Federación Nacional de Sordos del Uruguay)", explica Elisa Lambiasse, médica coordinadora. "Surge de la necesidad del sordo de tener una atención específica en su lengua", subraya.
Fue creada tomando como referencia a la Unidad de atención a la salud de personas sordas en lengua de señas de París, Francia. Integrantes de esta unidad visitaron Montevideo durante 2012 e intercambiaron experiencias con sus pares. Uno de los aspectos que destacaron fue que incorporaran mediadores sordos desde el comienzo.
"Ellos después de trabajar muchos años (llevan 17) se dieron cuenta que había algo que faltaba, que había muchas cosas que no podían abordar por una cuestión cultural, y descubrieron que era muy importante la figura del mediador sordo", cuenta Lambiasse.
El mediador "es ese nexo que hace que el sordo, cuando llega, se sienta identificado con alguien que maneja su cultura", sintetiza Claudia Hirigoyen, una de las intérpretes de lengua de señas. Hay veces, relata, que el médico explica algo y la intérprete lo traduce pero el paciente no entiende. "Entonces llamamos a la mediadora, ella lo explica en dos segundos y el paciente lo entiende clarito".
Actualmente la policlínica cuenta con unos 200 usuarios. Entre ellos está Patricia, quien se enteró allí que los problemas que sufría su hijo no eran por gripe sino por asma. Hoy tiene otra hija. "Con la segunda fue mucho más fácil, porque todas las veces estuve con una intérprete y la comunicación fluyó. Ahora es mucho mejor, yo estoy mucho más tranquila", cuenta.
La misma tranquilidad sintió una paciente que llegó con prolapso de útero e infección urinaria y no sabía qué le pasaba. Le hicieron una ecografía y tenía un DIU hacía 20 años. Hasta entonces no sabía que era un método anticonceptivo que podía ser retirado como para que tuviera otro hijo.
Por eso, las personas que llegan a la policlínica sienten tal gratitud que se encargan de difundirla entre conocidos sordos e incluso a pacientes del interior del país, donde tampoco existe algo específico.
Pero la atención que puede brindar el equipo es finita. Atienden dos veces por semana (lunes de 14 a 18 y jueves de 8 a 11), cuando el caso es grave lo deben derivar a un hospital y solo llegan a personas del sector público. Su intención es acceder a la mayor cantidad de personas posibles pero saben que al atender 200 de los 30.000 sordos del país solo cubren la cima de un iceberg.
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