Por Patricia Muñoz
Los recuerdos le sirven al güimarero Luis Bethencourt para moldear y crear sus obras de alfarería ya que solo mantiene los sentidos del olfato, el gusto y el tacto
La depresión es una enfermedades difícil de curar. Es necesario tener ganas de luchar y de superarse a uno mismo, pero si las palabras no son suficientes no hay nada mejor que encontrar un hobby. Este es el caso de Luis Bethencourt y la alfarería.
Luis nació en la localidad de Güímar hace 58 años sordo y mudo y desde ese preciso instante su vida se convirtió en una historia de superación marcada además porque a los 37 años se quedó completamente ciego tras una década de ir perdiendo visión de forma paulatina.
Pese a sus circunstancias, mirar a Luis es observar en cada momento una sonrisa en su rostro. Transmite alegría por donde pasa pero, por desgracia, esta situación no siempre ha sido así.
En la actualidad está inmerso en su faceta artística y por eso la fundación de sordos Funcasor de Tegueste acoge su obra con casi 100 figuras de alfarería. La exposición de este tinerfeño se puede visitar hasta el próximo domingo día 26. Luis ahora está contento y feliz pero su recorrido es "muy duro" aunque quienes le conocen aseguran que tiene muy buen carácter.
Su fortaleza y afán de superación fueron los motivos por los que desde la fundación decidieron exponer las piezas de este artista. Belén Darias es la directora de esta organización y desde que conoció la historia de Luis no dudó en crear un espacio para él. Solo hay palabras de gratitud para el güimarero porque demuestra a todos los discapacitados como seguir "hacia delante".
Luis nació sin audición y nunca aprendió a hablar, aunque llevó una vida sin grandes dificultades hasta que la tragedia le golpeó a los 27 años. A esa edad, le diagnosticaron retinosis pigmentaria y en diez años se quedó ciego por completo una década después. En ese momento, comenzó el calvario de Luis. Cayó en una profunda depresión de la que le "costó mucho salir" y que a día de hoy todavía arrastra, aunque controlada con dósis de medicación y arte a partes iguales.
Hace 11 años cambió por completo la vida de Luis. Descubrió la alfarería en el centro ocupacional Andrés Llanera y sus familiares aseguran que desde que moldea y crea tiene "más ganas de vivir que cualquier otra persona". Y lo cierto es que Luis transmite esa vitalidad. Los recuerdos que conserva de la infancia y juventud son esenciales para él porque de esta manera se aventura en el mundo del modelaje en barro. El mar desde siempre le ha encantado y, de hecho, de adolescente buceaba e incluso mariscaba. Por suerte, esta conexión con la costa güimarera no se ha roto, porque cada vez que puede su familia van a la playa y él se zambulle entre las olas. El artista es consciente de las dificultades que tiene pero él lo tiene muy claro. "Haber nacido así no es un problema para realizar lo que de verdad me gusta", comenta.
Si la alfarería es la máxima expresión para Luis, la comunicación que mantiene con su familia y su mediadora es digna de admiración. El lenguaje de los sordos no es suficiente porque la ceguera le impide interpretar, por este motivo necesita un paso más. Gracias al tacto consigue "hablar" con los demás aunque bien es cierto que los sentimientos son difíciles para él y traducirlos es una tarea complicada.
Aprendizaje
Luis tuvo que aprender el arte de la alfarería sin el auxilio de sus ojos,pero solo tuvieron que enseñarle a utilizar los materiales necesarios y el horno, porque imaginación y creatividad le sobran por los cuatro costados. Eso sí, es muy metódico y él mismo afirma que le da "mucha rabia" si se rompen las figuras. Como en cualquier proceso de aprendizaje comenzó con las esculturas más comunes y fáciles hasta conseguir obras mucho más elaboradas. En un principio moldeó jarrones y vasijas pero en poco tiempo los animales marinos no cesaron de salir del horno. Luis ahora se encuentra en una faceta más "humana" porque las piezas que realiza son personas imitando al Beso y Pensador de Rodin.
El orden lo utiliza en el resto de actividades cotidianas porque a pesar de tener tantas dificultades, es autosuficiente. Luis se afeita y viste solo, aunque antes su cuñado le "echaba una mano". No necesita ayuda para comer y además él mismo arregla su habitación.
Luis Bethencourt vive su vida y hace, dentro de sus posibilidades, todo lo que quiere. No se resigna a quedarse en casa encerrado y por eso todos los jueves va a Santa Cruz de Tenerife para estar con la gente de la ONCE. Coge el autobús solo en Güímar y llega hasta el intercambiador de guaguas de la capital tinerfeña donde alguien le espera. Es un ejemplo de superación en el que muchas personas, con discapacidad o no, tienen que fijarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.