Perros que asisten a personas sordas, perros que detectan las bajadas de azúcar y las crisis epilépticas -biodetectores- y perros que ponen la lavadora y abren puertas. Para sus dueños, los perros de asistencia como Negra o Napal son mucho más que el mejor amigo.
Cuando Rulo fue diagnosticado de autismo, a los 4 años, sus padres sintieron que se les venía el mundo encima. Estaban dispuestos a hacer lo que fuera por ayudarle; por eso cuando un amigo les recomendó que le compraran un perro, no lo dudaron. Negra (una dulce labrador) llevaba tres días en casa -“cada uno iba por su lado, no se hacían mucho caso”- cuando Rulo, que salía al jardín, se paró en seco, miró a la perra y le dijo: “Ven”. “Fue la segunda vez que oí hablar a mi hijo”.
Desde aquel día Rulo y Negra forman un equipo inseparable. Duermen juntos, juegan juntos, van al supermercado junto con el resto de la familia y viven su particular mundo juntos. Pero no solo eso; gracias a Negra, Rulo es capaz de mirar directamente a sus padres a los ojos, responde a algunas indicaciones y vive una vida casi normal.
Y su caso no es, ni mucho menos, único. Lo contaba recientemente en El País la matrona y autora del libro Un amigo como Henry, Nuala Gardner. Experta en autismo y perros desde que su hijo Dale fue diagnosticado de este mal en grado severo, asegura que fue el enorme golden retriever Harry el que consiguió romper la barrera que separaba a Dale del mundo.
Tres años estuvieron Nuala y su marido conversando con su hijo a través de Harry -incluso acabaron imitando sus sonidos- hasta que lograron establecer una comunicación cara a cara con él, entonces de seis años y hoy de 22, independiente y educador en una escuela infantil.
La pequeña Bingo
Las de Harry y Negra son solo dos de las innumerables historias de amistad y cooperación entre perros y humanos. Acostumbrada desde hace años al perro lazarillo que ayuda a los invidentes, la sociedad se familiariza ahora con otra figura, la de los perros de asistencia, que se ha convertido en el mejor apoyo de personas autistas, sordas, con lesiones medulares, parálisis cerebral, diabetes...
Cole y su hermano gemelo llegaron al mundo tres meses antes de lo previsto y, como muchos niños prematuros, sufrieron apnea -suspensión de la respiración- y otros problemas cardiorrespiratorios. Pero, a diferencia de su hermano, el paso del tiempo no curó la apnea de Cole que, durante sus primeros años de vida, sufrió repetidas crisis respiratorias.
Necesitaba una persona que le vigilara las 24 horas, ya que en el momento más inesperado, el niño dejaba de respirar y se asfixiaba
Desesperada, la familia contactó con la organización canadiense National Service Dogs. “¿Sería posible adiestrar a un perro para que nos avise cuando Cole tenga una crisis respiratoria?”. La respuesta de los entrenadores: “Si podéis aislar el sonido de una de las crisis y grabarlo, sí”.
Así lo hicieron, y los de National Service Dog comenzaron a trabajar con una pequeña jack russell llamada Bingo. Consiguieron que cada vez que oía la crisis respiratoria ladrara y alertara a quienes estaban a su alrededor. Era necesario comprobar si el resultado sería el mismo cuando la crisis fuera real y se produjera en casa de Cole.
Biodetectores
Establecieron el primer contacto y el vínculo fue perfecto. Pero ¿sería Bingo el seguro de vida que el niño necesitaba o solo un amigo más? “Una noche mi mujer y yo dormíamos en nuestro cuarto mientras los niños jugaban a la videoconsola en el suyo. De repente, oímos los ladridos de Bingo, que vino a alertarnos. Nos despertamos y vimos que Cole estaba sufriendo una crisis”, explicó el padre de Cole a los realizadores del documental de National Geographic Adiestrados para escuchar. “Desde entonces, hemos recuperado la tranquilidad. Sabemos que cuando Cole tiene problemas, Bingo nos avisa”.
Los veterinarios de National Service Dog explican cómo una pequeña jack russell puede convertirse en un auténtico salvavidas. Como todos los perros, los jack russell son capaces de detectar sonidos desde 67 hercios (un trueno en la distancia) hasta 45.000 hercios, un sonido diez veces más agudo que el de una soprano cantando.
Oyen y ubican perfectamente a 200 metros de distancia el mismo sonido que un ser humano solo percibe a 20 metros
A estas cualidades auditivas se unió, en el caso de Bingo, la tenacidad propia de su raza. Cuando se les encomienda una tarea, los jack russell se comprometen totalmente con su cometido. Del buen oído y de la capacidad de servicio de los perros se benefician también las personas con sordera u otra discapacidad auditiva. Bien entrenados, los perros son capaces de reaccionar ante una fuente de sonido y guiar hasta ella a su dueño.
Así, una persona sorda puede saber cuándo suena el timbre, cuándo llaman por teléfono o cuándo suena la alarma del despertador, ya que su perro se encargará de darle delicados golpes en la pierna o el brazo para correr después hacia la fuente de sonido. El llanto de un bebé o el nombre de la persona son otros sonidos ante los que el perro está preparado para reaccionar. Son los llamados perros alerta.
Otros, como el pastor alemán de la pequeña Abigail o la yorkshire de Philipa, comienzan a ser conocidos ya como perros biodetectores.
El primero vive con Abigail desde que esta contaba apenas 3 años. Duerme junto a ella incluso cuando la cama de la pequeña es la de la planta infantil del hospital. Enferma desde su nacimiento, la niña sufre frecuentes crisis epilépticas que -por motivos que todavía los expertos no determinan con exactitud, pero que relacionan con el ritmo respiratorio y los campos electromagnéticos- el pastor alemán detecta antes de que ocurran. Y, cuando las detecta, sale corriendo a buscar ayuda. La imagen de la niña y Caut ataviado con el peto de perro de asistencia durmiendo en la cama del hospital no solo enternece; también es garantía de que la niña está a salvo. Y así, juntos, van también al colegio y al parque.
Philipa sufre diabetes tipo 1 desde su adolescencia y, cuando tenía 18 años, sus bajadas de azúcar eran tan graves que los médicos le aseguraron que difícilmente llegaría a los 21. Aunque estudió y comenzó a trabajar, los obstáculos que le producía su enfermedad acabaron por hacer mella en su independencia y decidió retirarse. Hasta que llegó Poppy, la yorkshire.
Con 200 millones de células receptoras en los orificios nasales -los humanos poseemos cinco millones-, los perros pueden detectar el característico olor que desprende el organismo cuando está sufriendo una bajada de azúcar. Poppy, pegada a su dueña desde hace dos años, alerta a Philipa incluso antes que los aparatos medidores diseñados a tal efecto.
Atrás quedaron los días en los que a Philipa la encontraban inconsciente en su cuarto; su marido sabe que ella está segura con Poppy, que aparece correteando a su lado mientras ella hace gimnasia en casa en un documental dirigido por el periodista Charlie Kinross. Y Philipa, claro, ha vuelto al trabajo, con Poppy metida en el bolso.
Cuarenta órdenes
Napal también es responsable de la vuelta a la vida diaria de su dueño y amigo, el soldado Jason Morgan. En 1999 Morgan participaba en una acción de la unidad de operaciones especiales de Estados Unidos cuando resultó herido. Pasó varias semanas en coma y, cuando despertó, se vio condenado a una silla de ruedas.
Para una persona como él, recoger las llaves de casa si se caen al suelo es tarea casi imposible, como lo es quitarse la ropa, acceder a lugares con puertas que se abren hacia dentro (el brazo no es suficiente para sujetar la puerta, echar la silla hacia atrás y entrar o salir del sitio) o recoger el mando de la televisión si este cae detrás de un sofá.
Pero Jason hace frente a esas dificultades y, desde hace cuatro años, no pasa un solo día sin salir a la calle. La fuerza de voluntad es suya, pero hace mucho la presencia de Napal, un labrador negro entrenado por la organización estadounidense Canine Companions for Independence (acompañantes caninos para la independencia), capaz de abrir puertas, ayudar a Jason a desvestirse, vaciar la lavadora, abrir cajones y llevar el contenido a su dueño y, sobre todo, darle amor incondicional.
Porque esta última es, quizá, la mejor labor que hacen los perros de asistencia por sus dueños. Además de sus habilidades específicas -pueden llegar a aprender hasta 40 órdenes con un entrenamiento adecuado- estos animales suponen una compañía constante, son únicos rompiendo las barreras sociales y obligan a sus dueños a salir a la calle todos los días.
“Los perros tienen magia; por muy mal que te sientas, son capaces de hacerte sonreír”
“Desde que tengo a Napal me levanto, hago cosas y soy mucho más feliz”. Tanto que desde hace meses Napal y él trabajan como voluntarios en el hospital de su ciudad, al que acuden a recibir a los pacientes que ingresan para ser operados. “Cuando llegan, Napal les espera en la puerta, lo saludan, juegan con él y el ingreso es más fácil”.
Sin ley
Aunque su labor es la misma, lo que diferencia a España de otros países como EEUU o Canadá al hablar de perros de asistencia es la legislación. Mientras que fuera de nuestras fronteras estos animales son admitidos por ley en cualquier establecimiento y medio de transporte, en España esa licencia está reservada en algunas comunidades a los perros guía. Los perros de asistencia, que cuentan con legislación específica en el País Vasco, Galicia, la Comunidad Valenciana y Cataluña, esperan una norma que regularice su particular forma de ayudar en el resto de España. En Madrid, por ejemplo, la propuesta está paralizada desde 2006 y en Castilla León, aunque no hay una norma específica, se hace una interpretación amplia de la norma que regula a los perros guía, según explica a ALBA la presidenta de la Asociación Española de Perros de Asistencia (AEPA) del País Vasco, Cristina Muro.
Grandes demandantes de cariño, estos animales crecen casi siempre en familias voluntarias que contribuyen a fomentar su sociabilidad y son adiestrados según lo que los expertos denominan entrenamiento positivo. No se les castiga si se equivocan, sino que se les premia cuando atienden correctamente una orden.
Verlos en acción, ver cómo miran a sus dueños, cómo vigilan sus movimientos atentos a cualquier ayuda que puedan necesitar, es comprender que para Abigail, Jason, Philipa, Rulo, Cole y tantos otros, el perro es mucho más que su mejor amigo.
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