Otro padre ejemplar fue el sanrafaelino Robinson Julián. Su hijo Daniel, a los 4 años, tuvo una fuerte meningitis que lo dejó completamente sordo.
Corrían los años 60 y en Mendoza no había ninguna escuela para hipoacúsicos. ‘Cho’, como le decía su familia, decidió entonces mandar a su hijo al Instituto Antonio Provolo, ubicado en La Plata (Buenos Aires).
Allí Daniel estudió durante 8 años, aprendió el sistema Braille, a leer los labios y a hablar correctamente. Volvió a San Rafael y cursó el secundario en el colegio Maristas, graduándose con el mejor promedio de su clase.
Al ver la perseverancia y los logros que su hijo, no sin sufrimientos, había obtenido, Robinson donó un terreno para que el sur mendocino pudiese tener una institución para sordos.
Hoy Daniel es empleado municipal y además trabaja como cobrador del Club de Pescadores de San Rafael.
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