martes, 14 de junio de 2011

El número necesita a la palabra

Los números tienen mucho que ver con las palabras. Tienen tanto que ver, que hasta nuestra capacidad para manejar con precisión el valor exacto que expresa un número depende de que conozcamos la palabra con la que se denomina ese número. Por ejemplo, sin conocer la palabra ocho careceríamos del concepto que expresa esa palabra; la cantidad precisa de ocho nos sería desconocida y no la podríamos manejar con precisión.

Esto lo sabemos porque hay seres humanos que carecen de palabras para denominar cantidades. Los mundurukú son un pueblo amazónico brasileño cuya lengua carece de palabras para denominar los números superiores a cinco. Y los piraha no tienen ninguna palabra para denominar números. Además, no han desarrollado ningún método para comunicar las cantidades para las que no tienen números y son incapaces de representar números altos con precisión.

Los miembros de esos dos grupos humanos no son los únicos que no han aprendido las palabras que designan a los números. Los sordos de nacimiento de países occidentales que no han tenido la oportunidad de aprender un lenguaje de gestos convencional, tampoco conocen las palabras con las que designamos a los números. Estos sordos se comunican con las personas de su entorno mediante gestos, aunque se trata de gestos desarrollados por ellos mismos o por su familiares o personas de su entorno. Es, por lo tanto, una especie de lenguaje informal, no convencional y que no se atiene a normas establecidas con carácter general. En inglés se les denomina “homesigners”, palabra de la que desconozco si existe acepción en español, pero que quiere decir algo así como “gesticulantes domésticos”.


Mundurukús
Los sordos a los que me he referido en el párrafo anterior, como los miembros de los grupos mundurukú y piraha, desconocen las denominaciones de los números, pero a diferencia de aquellos, se encuentran inmersos en una sociedad en la que los números forman parte del entorno social y cultural, y en la que es importante y valioso manejar valores numéricos precisos.

Pues bien, al contrario que los miembros de los grupos amazónicos citados, los “homesigners” utilizan gestos para expresar cantidades. Saben que a un conjunto de objetos les corresponde un valor cardinal exacto y que un único gesto puede servir para comunicar tal valor. De hecho, utilizan los dedos de las manos para realizar los gestos que expresan el valor cardinal deseado. Así pues, el entorno cultural numérico de los “homesigners” estimula la comunicación en la que intervienen números y, de hecho, les capacita para razonar de modo bastante preciso acerca del dinero y su valor. Sin embargo, cuando deben representar valores cardinales correspondientes a más de tres objetos, cometen muchos errores. Esto es, encuentran dificultades crecientes conforme los números se van haciendo más grandes.

Esas personas se desenvuelven en un contexto cultural en el que es muy valiosa la representación de números exactos y un contexto social en el que los interlocutores comparten una rutina de contaje y un sistema asociado de números exactos. Y sin embargo, esos entornos no son suficientes para generar una rutina de contaje o representación de números exactos que sean flexibles y utilizables en diferentes ámbitos o con diferentes propósitos.

La conclusión que yo he extraído de este conjunto de observaciones es que los números, -o al menos los números superiores a tres o cuatro-, forman parte intrínseca del lenguaje. Si el lenguaje de una persona carece de números o si, por las razones que fuere, no aprende las palabras que los expresan, esa persona no puede manejar números exactos mínimamente altos con precisión. Los números no tienen, por lo tanto, una existencia independiente de las palabras. Son palabras. Para algunos esto quizás es una obviedad; no lo es para mí.

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