La carpintería que un día decidió solo trabajar con personas sordas
Noticias de Colombia
Bogotá.-
Wilson Vivas, Dúber Gallo, José Orlando Barretas e Iván Said Real realizan el ensamblaje, montaje, pulido y entrega. Estos cuatro hombres escuchan poco o nada. No se enteran del ruido exorbitante de las lijadoras, del sonido del horno secador sellando piezas de muebles lacados, de los golpeteos de los martillos para encajar las partes de una cama, ni de la apertura de las puertas de salida, con los accesorios terminados. Para ellos todo transcurre en silencio.
Antonio Beltrán es un diseñador industrial, que siempre quiso innovar por medio de la inclusión social. Desde hace 20 años es propietario de una empresa de muebles y accesorios, en donde encontró en la gente sorda una fuerza de trabajo inexplorada. Afirma que esta población es muy sensible, inteligente y colaboradora entre sí. “Las señas son un lenguaje exacto. Eso era lo que yo estaba buscando para mi fábrica”.
En 1998 empezó trabajando con ebanistas normales, todos con los cinco sentidos, dice que no le funcionó, así que decidió acudir a todos los lugares de rehabilitación de discapacidades, como el Instituto Nacional para Sordos (Insor). Su objetivo era tener una mano de obra constante y buena a la vez. Los sordos le dieron la talla.
Aunque descubrió una comunidad dispuesta a trabajar, también se topó con la realidad de estas personas.
“Es un golpe social, sus familias los abandonaron, no cursaron bachillerato porque nunca tuvieron acceso a una educación especial”; entonces decidió matricular a sus carpinteros en el Insor, “trabajaban por la mañana y estudiaban por la noche, de acá salieron los tres mejores bachilleres sordos”.
También recibieron capacitaciones en ebanistería.
En la actualidad, su fábrica cuenta con 28 obreros no oyentes que lo han seguido desde el inicio, primero en el local de la 1.° de Mayo y luego en la bodega de la calle 65 A n.° 74- 64, en Boyacá Real. Su compenetración con ellos es tan alta, que ya no necesita hablarles con señas, “ellos ya me leen los labios”.
En términos de producción, dice que ha logrado optimizar en un 70 por ciento su línea de ensamblaje, “una persona normal se demora ocho días en premaquinado y maquinado; en cambio una persona no oyente lo saca en tres o cuatro días”.
Mientras trabajan su concentración es plena. Cada uno entiende su compromiso; ese es el caso de Wilson, un carpintero orgulloso de ser parte del equipo de don Antonio. Su aprendizaje se ha dado con el tiempo, hoy ayuda a Luis el jefe de planta a hacer camas, le gusta ser mentor de sus compañeros nuevos. “Yo les explico a otros sordos cómo se afilan las cuchillas”.
Es oriundo de Tibirita, Cundinamarca, el mayor de tres hermanos, y abandonado por sus padres desde bebé. Una tía lo cuidó hasta los seis años, luego pasó a ser parte del Bienestar Familiar, a sus 15 años regresó a la casa de su tía. Sabe que ha afrontado retos difíciles, y, sin embargo, cuando la gente lo conoce por primera vez, les dice: “No me sientan lástima, ni pena. Luego les muestro lo que hago para que se queden callados”.
Recuerda riéndose, cuando entró a la fábrica “era flaco y soltero y no tenía nada, y ahora estoy casado, gordo y con una hija”.
Vive en Soacha, y lleva 18 años casado con Yenny Sánchez, una joven sorda que conoció en una discoteca del sur de la ciudad. Deisy es su hija de un año, al igual que su padres fue diagnosticada con sordera congénita, pero recibió un implante coclear.
Dúber Gallo, es otro veterano, tiene 51 años y lleva 15 dentro de la compañía, le gusta su trabajo aunque termine “mamao”.
Creció en una finca de Pensilvania, Caldas, y toda su vida se dedicó al cultivo del café porque era lo único que sabía hacer. Él es el hermano del medio de cuatro mujeres y el único sordo.
Obtuvo su título de bachiller a los 45 años. También es casado y se las arregló para contar algunas de sus anécdotas de joven. “Mi esposa fue la que me buscó y me casó; antes tenía muchas amigas”.
Es padre de Luisa Fernanda, una niña de 10 años que entiende las palabras que su padre pronuncia con mucha dificultad.
Él alista la mercancía, hace control de calidad, y es el más perfeccionista. Cuando le quedan las cosas bien hechas queda feliz, dijo levantando la mirada. Su ojo clínico lo ha convertido en el interventor de los productos.
Toca varias veces hasta que sienta una suavidad muy agradable, sus manos detectan el término correcto de la textura de la madera, de qué tipo es, hasta qué olor debe tener.
José Orlando Barreta es el maestro artesano, el más antiguo y el que sabe reparar la madera que viene defectuosa. También identifica los pedazos adecuados para repararla y que conserve la misma fibra.
“Sí la madera es fea, se bota”, dijo con la voz de la experiencia, él suele trabajar con especies macizas. Antonio Beltrán, que observaba desde la distancia, aclaró: “Él es el de temperamento más fuerte”. Y es que la frustración aparece cuando no le entienden las pocas palabras que intenta pronunciar. A él ya no le tienen que decir nada, porque conoce su labor muy bien.
Iván Said Real, de 31 años de edad, es el más joven del grupo, es de Pacho, Cundinamarca, y su sordera es producto de una alta fiebre que le reventó los tímpanos cuando era niño; es uno de los pocos que tiene buena relación con sus padres. Aunque aún está adquiriendo experiencia, sus manos ya identifican la textura correcta, es un talento que desarrolló en poco tiempo.
En medio de las risas de estos carpinteros talentosos, se siente que en este lugar las personas no tienen una discapacidad. Como dice Wilson: “Somos todos iguales”.
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