sábado, 26 de septiembre de 2009

Los sordomudos tienen aliados

InfoSord, 26/09/2009

El eco de las pisadas invade la clase. En medio del silencio, una cuadrícula de coloridas baldosas vibra con el taconeo. Es de noche y, poco a poco, los asientos se llenan.

En el salón aguardan unas 60 personas. Se saludan, conversan, bromean... solo con sus manos. Ellos son parte de la comunidad católica de sordomudos de Guayaquil y cada jueves acude a las catequesis en la parroquia Cristo Redentor, al sur de la ciudad.

Una voz resuena en la callada sala. “Vamos a orar”, dice Allison Chiluiza, al tiempo que reclina su cabeza. Sobre un banco de madera, esta voluntaria de la fundación Mi corazón te escucha mueve sus manos rápidamente.

En su camiseta roja resaltan tres figuras blancas. Son las imágenes de un hombre con los brazos alzados. Con su dedo índice apuntando al frente y luego con las manos juntas sobre el pecho, dice con fuerza “Dios te ama”.

“El lenguaje rompe las barreras. Todo está en poder comunicarse, eso es lo que hacemos”, comenta Gladis Chiluiza, quien dirige el grupo. Su hermano es sordomudo desde los 2 años.

Eso la motivó para aprender el lenguaje de señas y en 1997 arrancó con la misión. “Dios hace las cosas con un propósito. La discapacidad de mi hermano me llevó a descubrir mi vocación”.

La familia de su hermano es sorda. Su esposa y su hija no escuchan, solo el pequeño Rodney, de 4 años, oye y habla. Pese a ello, prefiere las señas para comunicarse con su familia. Desde los 2 años aprendió el lenguaje y ahora es un pequeño intérprete.

“Todos se esfuerzan mucho por aprender. Pero yo aprendo mucho más de ellos. Es una ayuda mutua”, cuenta Chiluiza, quien además es maestra de primaria.
En primera fila, Mauricio Chacón no despega su mirada del pizarrón. Las figuras que representan los 10 mandamientos le llaman atención. “Me gusta aprender los mandamientos”.

Quiero memorizarlos, porque no me gusta ver la polla”, conversa en señas. Desde pequeño, este joven aprendió el lenguaje de su madre, también sordomuda.
Julio Urrutia llegó puntual a la clase. Su fe lo motiva a aprender. “La gente a veces pregunta ¿dónde está Dios? Pero yo sé que está aquí y me salvó de la muerte”, expresa con sus manos. Hace un par de semanas tuvo un accidente en su auto, pero eso no impidió que asista a las catequesis.

Sus dedos toman forma de tijeras cuando habla de su trabajo. Junto con su esposa Martha, labora en un salón de belleza. “Aquí todos somos sordos, somos amigos, somos una familia. Creemos en Dios, hablamos con las manos y somos inteligentes”, explica Doña Martha, con señas.

Un álbum de fotos es el recuerdo que conserva de su viaje a Cuenca. Con su dedo, don Julio indica una de las fotografías. Es la ruta de la Virgen del Cajas. “Caminamos con linternas en la noche. También bailamos con las bandas de pueblo”, recuerda.

Cerca de un altar a la Virgen, en una de las paredes del salón, María Mayorga eleva una oración silenciosa. Con su dedo apunta hacia la imagen. “Mi nombre es como el de ella”, dice con sus manos. Desde temprano, esta mujer lava ropa para comprar los medicamentos de su esposo enfermo.

Pese a las limitaciones, los miembros de la fundación colaboran con lo poco que pueden. En la puerta, dejan su ofrenda para que las clases continúen.
A pocos pasos, Antonio Chacón forma parte del grupo de sordomudos desde hace 10 años. Él fundó una de las primeras asociaciones para personas sordas en Guayas. Actualmente, hay tres grupos que trabajan.

Este año, Chacón labora como obrero en una fábrica que elabora objetos de aluminio. “Es difícil conseguir un buen trabajo. Pasé años lavando carros, en vulcanizadoras”, conversa algo entrecortado y a ratos se apoya con señas.

“No todos los sordos son iguales. Hay algunos que tienen poca capacidad para oír, leve sordera, mediana sordera... es por grados de decibeles”, explica Chiluiza.
En las misas, ella hace de intérprete. Junto al altar, sus manos se mueven rápidamente con cada palabra del sermón. Una tenue luz baña su rostro. En el piso, su sombra sigue de cerca las señas que forman sus dedos.
Desde las bancas del frente, el grupo fija la mirada en sus gestos. Manos levantadas y una señal de la cruz en la frente es la respuesta a las plegarias. Los movimientos son sincronizados a la hora del padre nuestro.
La melodía de un teclado resuena enel interior de la iglesia. El coro entona los cánticos. Pero ellos marcan el ritmo con sus manos, de arriba hacia abajo. De un lado a otro, se balancean suavemente, al igual que Chiluiza. Sus rostros son el reflejo de su devoción. “Ellos son muy sensibles, esa es la lección que nos dejan”.

Lenguaje sin barreras

11 años es el tiempo que tiene la comunidad católica de sordomudos en el país. En septiembre pasado fue el aniversario.
En la parroquia de San Agustín hay cuatro comunidades de sordos. Ahí también enseñan el lenguaje de señas a voluntarios.
El movimiento nació a la par con otras agrupaciones en Latinoamérica. Venezuela, Colombia y Perú son parte de la comunidad católica de sordomudos.
Para Navidad el grupo organiza obras teatrales. Ellos participan en las novenas que se realizan en distintas parroquias.

Redacción Guayaquil
guayaquil@elcomercio.com

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