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El uso obligatorio de la mascarilla supone una barrera en la comunicación para más de un millón de personas sordas en España al no poder leer los labios. Tres residentes en Alicante de distintas edades cuentan las trabas que se encuentran: «Nuestra vida es una odisea ahora mismo»
Cuando llega la hora del descanso en el trabajo, la preocupación de María Fernanda ya no es tan banal como conocer qué tal ha ido el fin de semana de sus compañeras. Desde que el uso de la mascarilla es obligatorio, a esta joven residente en Alicante se le ha puesto una nueva complicación por delante: «En los momentos de ocio me encuentro sola. Me siento aislada», confiesa. María Fernanda es una de las más de un millón de personas sordas que hay en España, según cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE). Como a ella, a muchas otras se les hace imposible entender si los labios están tapados; el uso de la mascarilla supone un enorme telón para la comunicación diaria del colectivo. «Nuestra vida es una odisea ahora mismo», explica Daniel de la Casa, portavoz de la Federación de Personas Sordas (Fesord) en Alicante.
Son médicas, ingenieras, limpiadoras o quizá profesoras. Las personas sordas suman una complicación más a la lista de un mundo todavía hecho para quienes dicen las palabras con sonido: las mascarillas. Lo cuenta en primera persona María Fernanda Picó, que trabaja en el servicio de limpieza de una entidad alicantina. Ella se encontró con su primera gran decepción en el control médico de la empresa, al que acudió como cualquier otro año. «No me dejaron ir con intérprete, tenía que ir sola. Le pedí al médico que se bajara la mascarilla para poder leerle los labios pero me dijo que no. Yo entiendo que no quisiera, aunque fueron unas maneras un poco malas... Me tuve que ir», cuenta Picó, quien se volvió a casa sin entender nada.
La lectura de labios es fundamental para que la comunidad sorda pueda entender a quienes no hablan lengua de signos -lo es para una gran parte, no para todos, pues el colectivo es muy heterogéneo, advierten desde Fesord-, pero quienes estaban acostumbrados a contar con este apoyo comunicativo lo están pasando francamente mal. «En los descansos del trabajo, se acercaban para preguntarme, pero con la mascarilla no puedo entenderles. Al principio lo intentaban, pero ya no me preguntan», comenta María Fernanda. «La mascarilla es una molestia diaria. Tapa la cara, las expresiones, los labios... Todo se pierde», añade.
Problemas parecidos se los encuentra José Francisco Galiana a sus 64 años. Este sordo, de Alicante, hace no mucho que casi se queda a vivir en el pasillo de su centro de salud. «Cogí cita para el médico de cabecera y me dijeron que el intérprete no podía estar», cuenta Galiana. Una vez en el centro de salud, nadie le avisaba. «Al rato, le hice un gesto con el papel en la mano a una enfermera. Al parecer, hacía mucho que alguien me había llamado». Una vez dentro de la consulta, «el médico se ponía a hablar pero como si no hablara nadie porque no puede bajarse la mascarilla», explica el jubilado.
Su crítica más grande se dirige a la falta de adaptación de los espacios públicos para las personas sordas. En concreto, se muestra muy decepcionado con el sector de la salud. «En los centros de salud no hay ningún tipo de adaptación, no tienen ni unas pantallas con números», critica.
Según Fesord, el sector de la salud ha sido el más problemático. Aunque la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE) cuenta con una plataforma de videointerpretación online, los problemas han persistido. «En Fesord hemos reforzado con nuestros intérpretes esta plataforma porque iban desbordados por la cantidad de llamadas derivadas de la situación de pandemia», cuenta De la Casa. Pero no es suficiente porque, según explica, las citas son «a alrededor de una hora y no a una hora concreta», lo que dificulta el trabajo fluido de los intérpretes, y otras veces se les llama por teléfono a los pacientes para cambiar o anular la consulta. «Alguna vez hemos ido al hospital y nos hemos encontrado con que la cita se había cancelado», apunta el portavoz, quien recuerda que todos estos problemas que se están dando vienen arrastrados desde antes de la pandemia, aunque ahora se estén evidenciando más que nunca.
«Cuando me enteré de lo de la mascarilla, dije 'madre de dios...', y la verdad es que lo estoy viviendo fatal», se sincera Galiana.
A medida que avanzan los días, la situación se hace un poco más llevadera. El problema de la lectura de labios persiste, pero la permisividad con los intérpretes como acompañantes mejora, según cuentan varias personas con pérdida auditiva, quienes colocan en septiembre un punto desde el que «parece que la cosa va un poco mejor». Pero, en general, la situación mejora siempre cuando se ponen ganas de mejorarla, como ha pasado en el colegio de Rocío Durá, una niña sorda de diez años que asiste a sus clases con dificultades, pero con soluciones encima de la mesa.
En el centro de Durá, el colegio Hispanidad de Santa Pola, la profesora se ha colocado una gran pantalla transparente delante de la mesa e imparte algunos tramos de la clase sin la mascarilla para que la pequeña pueda seguirla sin dificultad. Rocío se sienta en la primera fila del aula y, de esta manera, su mirada, acostumbrada a ir a los labios, no se encuentra tan perdida. «Con la mascarilla me cuesta entender algunas palabras de la 'profe' y de mis compañeros. Cuando la profe explica algo, luego me lo tiene que volver a explicar a mí, aunque cuando hace un dictado, por ejemplo, se quita la mascarilla», sostiene la menor, quien padece una pérdida auditiva del 80%, pero que gracias al audífono recupera un 90% de audición. «A veces mis compañeros se hartan de repetirme algo, me dicen 'venga', 'venga', y yo: '¿¡qué!?'».
Su madre, Rocío Marín, explica que la primera solución que propuso al colegio fue el uso de mascarillas transparentes, pero al no estar homologadas no se pudieron contemplar como una posibilidad.
Las mascarillas transparentes son un reclamo de gran parte del colectivo. «Si estuvieran más generalizadas, nos sentiríamos menos aislados», señala María Fernanda. Aunque el problema es que no está aprobado su uso. Y si se aprobara, no sería una solución definitiva. «Estaría bien, sería algo muy bueno, pero no estaría todo hecho porque leer los labios no viene igual a todas las personas sordas», defiende De la Casa.
Rocío Marín destaca que «las mascarillas suponen una barrera de las más grandes para el colectivo. No permiten entender. De repente, todo el mundo se cubre la cara y para las personas sordas es como si la luz estuviera apagada».
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