Noticias de Argentina, 10/11/2018
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Hay espacios pedagógicos que se han convertido en campos de concentración para abusar y herir.
Es real y fatal. Las violaciones a los sordomudos del Instituto Próvolo, descerrajadas con impunidad por demasiado tiempo, exhiben ese mal absoluto que no es excepcional.
Ahora salieron a la luz los malos tratos imperdonables en el Jardín de Infantes Tribilín, que tras ese nombre que ahora resuena a tristeza, a coartada y a telón para el bestialismo en acto, era un ámbito de la más feroz de las distorsiones pedagógicas.
Se homologaba educar con castigar. Las maestras atormentaban a los chicos. Fueron condenadas, pero el tema da mucho para pensar y mucho que hacer.
Hay infiernos detrás de algunos proclamados paraísos escolares. Y hay víctimas, las más indefensas, a merced de malvados sin ley ni límite.
Hay violadores, golpeadores y también golpeadoras, reptiles que atacan a los chicos en las escuelas y también fuera de ellas, como constatamos en el caso Sheila, muerta a manos de agresores cercanos. Falta una rebelión difícil, la de los niños en peligro, que apenas pueden dar testimonio y que piden ayuda.
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