martes, 6 de mayo de 2014

Managua ciega, sorda y en silla de ruedas

Suponga que está en una parada de buses un día cualquiera y en el lapso de la espera queda ciego. En tinieblas total. De un sopetón el día se le volvió noche, sin alumbrado público ni rótulos de neón. No ve nada. Nadita. Deje a un lado la consternación y antes que se desespere, intente simular algo más: que después del choque de la ceguera intenta familiarizarse con la oscuridad y no le queda más remedio que esperar el bus, pero, ¿cómo va a saber si el estruendoso vehículo que acaba de arrimarse en la bahía es el que espera? Abre la boca y pregunta a la gente que supone está alrededor: “¿Cuál es la ruta que acaba de llegar?” Puede ser la que está esperando. Nadie responde. Su pregunta cae al vacío. Sus palabras se hunden en un foso de silencio. Sabe que hay gente alrededor porque oye su carraspeo, el murmureo por el celular, risas, pasos, zipper de mochilas que se cierran, pero su voz la ignoran. Para ese mundo de gente y sonidos que flota a su alrededor, usted es invisible. No lo miran y tampoco lo oyen. Están en desventaja frente a usted que solo no los ve, pero los oye. Cuando por fin reacciona y por intuición se acerca al bus con el afán de preguntar directamente al chofer, este, sin más ni más, arranca. El conductor lo vio por el retrovisor que se aproximaba a tientas y antes de que usted se plantara en el umbral del bus, arrancó y aceleró. Usted quedó atrás, tapado por una nube negra de gases contaminantes.

Anule el ejercicio anterior. Ahora suponga que está en silla de ruedas y que no es de los que se han confinado al universo cama y sala que muchos recetan, sino que sale y va a un lugar cualquiera. Para comenzar acostúmbrese a la falta de andenes. Hay pocos en la capital, y donde hay, el ochenta por ciento está ocupado por algo: carros, rampas, postes de alumbrado público, puestos de venta, cualquier cosa que se le ocurra que le impida pasar. Por tanto no le queda más que saltar a las vías donde va a competir con toda clase de vehículos desde bicicletas, carretones, furgones, camiones. Ubíquese: no va en un carro, tampoco un peatón, es una especie de híbrido, de centauro vehicular: mitad peatón mitad vehículo. Eso sí, tenga claro que si lo golpea un carro, como les ha pasado a la mayoría de los que van en silla de ruedas por las calles de la capital, es probable que el veredicto policial diga que fue una “imprudencia peatonal”, es decir, la culpa es suya. Otra cosa: no se detenga en una parada de buses. No sea romántico. El bus nunca se detendrá a subirlo. La gente que va en silla de ruedas no existe para los casi 800 buses del transporte colectivo. A pesar de que hace menos de dos años el Gobierno invirtió en 35 buses con rampas para asegurar el transporte a las personas con discapacidad física, ese servicio nunca funcionó. Aunque no se usaron, las rampas se arruinaron. Todavía hoy las organizaciones de personas con discapacidad físico motora junto con Rosa Salgado, procuradora especial para las personas con discapacidad, están pidiendo explicaciones a los transportistas y buscando reunión con la nueva autoridad del Instituto Regulador del Transporte Municipal de Managua (Irtramma). Si anda en silla de ruedas sepa también que en las vías raras veces los vehículos se van a detener para darle pasada y que si hay un policía de tránsito en su trayecto, salvo algunas excepciones, le dará la espalda o se hará de la vista gorda. También será ignorado.

Anule ambos ejercicios. Tal vez no es usted el que va en la silla de ruedas ni el ciego que se planta en la parada todos los días a preguntar por el bus que se detuvo, ni el sordo que quiere hacer un trámite en un banco o en una oficina estatal y en lugar de comunicarse o ser atendido lo único que lee en los labios del funcionario que lo atiende es el rechazo y la ofensiva palabra “mudo”. A lo mejor no es su realidad, por eso le cuesta imaginar ¿cómo sería?, y hasta le deben parecer insensatos los ejercicios anteriores, pero uno de cada diez nicaragüenses (más de medio millón) vive con algún tipo de discapacidad y pueden dar testimonio de cómo lidian con las barreras físicas y mentales. De ese entorno hostil hablan tres de ellos.

“¿TAMBIÉN LA SILLA?”

Guillermo Pérez Ocón, 42 años, jugador de la selección de baloncesto en silla de ruedas, termina una tarde de entrenar y sale a la entrada principal a esperar un taxi, un lujo que se permite dos o tres veces a la semana porque viaja fuera de Managua, y necesita llegar a la terminal de buses antes de que el último bus a Mateare lo deje.
Al borde de la violación en prisión
La Procuraduría Especial para las Personas con Discapacidad ha contado más de noventa personas privadas de libertad con algún tipo de discapacidad. El sistema judicial y carcelario acentúa los problemas de ellos, según reconoce la procuradora Rosa Salgado, quien explica que han conocido de casos realmente dramáticos.

Recuerda el caso de una mujer ciega en Bluefields, quien estaba condenada a cinco años de prisión por agresión. La delegada policial que se comunicó con Salgado le explicó que en la celda, por su condición de invidente, tenía problemas para resolver sus necesidades fisiológicas, por lo que las otras presas le pegaban. Entonces, la sacaban de la celda para que resolviera esa necesidad en otro lugar, pero la mujer quedaba expuesta a intentos de violación de los reclusos.

Salgado dijo que se intentó un indulto para esta reclusa hace un par de años, sin embargo, el Ministerio de Gobernación (Mingob) rechazó la propuesta. La Corte Suprema de Justicia (CSJ) está instando a la Procuraduría Especial a que vuelva a intentar el indulto para estas personas que son más frágiles que el resto en el sistema penitenciario.

Pasa uno, dos, varios, muchos taxis y ninguno se detiene. Al fin se detiene un carro y el taxista lo mira y se detiene. Sigue la plática de rigor.

—¿Por cuánto me lleva al Israel? —pregunta Guillermo.

—Hermano, ¿vas con la silla también? —contesta con otra pregunta el taxista.

Guillermo queda estupefacto con la respuesta, no sabe qué decir, después reflexiona que eso sería como preguntarle a alguien si va a dejar sus zapatos en la acera y se va a ir descalzo.

—Pues claro, voy con la silla —le contesta al fin al taxero medio sonriente y medio sorprendido.

Esta tarde de jueves, Guillermo Pérez vino a entrenar al Luis Alfonso y le repite la anécdota a Tomás Hernández, el entrenador del equipo, quien también anda en silla de ruedas. Sin mucho asombro Hernández le dice: “Le hubieras dicho, no hombre, la ando (la silla) de adorno”.

Ambos se carcajean a la orilla de la cancha donde está gran parte del equipo rodando detrás de una pelota. Tomás identifica a tres grupos de lisiados en sillas de ruedas: los que quedaron así por la guerra. El mismo Tomás, que va a cumplir 50 años, es uno de ellos. A él le explotó una granada en un combate en Quilalí y quedó parapléjico. Iba a cumplir 20 años. El otro grupo son los lisiados por pandilla y violencia. “A ellos no les gusta contar cómo es que quedaron así, pero algunos fue por pandilla y delincuencia”, explica. Nelson Hernández, otro del equipo, volvía del trabajo por la madrugada en el barrio El Recreo cuando intentaron asaltarlo. No se dejó, lo machetearon y le pegaron un tiro que lo dejó parapléjico. El tercer grupo es el de Guillermo, el de los que sufrieron un accidente de tránsito. Tenía 12 años, vívía en La Paz Centro, estaba de vacaciones en la primaria. Un día madrugó con su mamá en el primer bus para Managua. Quince minutos después de subir al bus de las cuatro, se produjo el choque en la carretera contra un camión de Procón que venía sobrecargado con bloques.

Hubo otros lesionados, pero él llevó la peor parte: perdió las dos piernas. Desde entonces ha estado en silla de ruedas. Ahora vive en Mateare y viaja todos los días hasta la capital porque trabaja en la Alcaldía, en el área de deportes. Gracias a la “base social” que ha hecho lo suben a los buses de Mateare nada más. A veces algunos choferes buscan cualquier pretexto para no subirlo. “Es que va lleno ya”, le dicen. Guillermo se ha quejado de los transportistas. Una vez fue al Ministerio de Transporte e Infraestructura (MTI) y se quejó de un busero de La Paz Centro, que está sobre la ruta, porque no lo llevó, y lo multaron. Es la única vez que se ha quejado. Y más de una vez se han repetido anécdotas parecidas a la del taxi. Recuerda que en una ocasión el ayudante de un bus le cobró aparte por la silla, y él lo increpó: “Acaso a los otros les cobrás por sus zapatos. La silla para mí no es un lujo”. Y zanjó el cobro.

En la Alcaldía lleva nueve años trabajando en el área de deportes y en ese tiempo ha solicitado verbalmente adecuación en la puerta del baño para que él pueda entrar con su silla de ruedas. Dice que hace poco remodelaron oficinas en Promotoría Social, pero aunque su oficina depende de esa dirección, no se les ocurrió ensanchar la puerta. Por ahora sigue usando una silla de oficina, de ruedas. “Yo les digo a mis compañeros que esa es mi silla para ir al baño”, dice sonriendo. Sus compañeros de oficina lo miran de reojo.

LAS PALABRAS DE KRAKIS

Una de las situaciones más lamentables para Krakis Mauricio Mendoza la vivió en la Alcaldía de Managua, hace más o menos un año. Krakis, quien es sordo y habla el lenguaje de señas, explica a través de Rosa Estela, la intérprete, que fue a tramitar su partida de nacimiento. Fue solo. Intentó comunicarse y explicar por qué estaba en la dependencia de Registro. Dice que no le hicieron caso y que entre ellos los funcionarios se decían que no le entendían y que él era un “mudo”. Hay que aclarar que las personas sordas —aunque no hablan— les molesta que los llamen así. “Lo que pasa es que no escuchamos”, dice Krakis y aclara que no son ni “mudos” ni “sordomudos” como erróneamente se les llama. Insisten, además, que tampoco es cuestión de eufemismos.

Krakis estudia tercer año de secundaria en el colegio Bello Horizonte. El martes de esta semana salió en televisión. Fue entrevistado por una reportera del Canal 6 que buscaba reacciones entre personas sordas a un hecho inédito en la historia de ese canal estatal: desde el pasado lunes, por primera vez, los noticieros estelares de esa televisora traducen las noticias al lenguaje de señas. “Ahora podemos saber lo que dicen las noticias”, explicaba Krakis. Sus gestos corporales faciales los iba traduciendo Perla, una de las 38 intérpretes de la asociación que funciona en la misma casa de la Asociación Nacional de Sordos de Nicaragua (Asnic).

En la escuela, Krakis y el resto de sus compañeros sordos tienen intérpretes. El colegio de Bello Horizonte es uno de los pocos que cuenta con traductor. Cuando Krakis fue por primera vez a la escuela, a los 4 años, no hubo ni quién le explicara nada ni quién intentara comunicarse con él. Recuerda que los niños jugaban, pero a él no lo llamaban. En su casa la comunicación tampoco era muy fluida. Hasta ahora su mamá no ha aprendido el lenguaje de señas. Recuerda que con quien más se comunicaba era con una prima. En su familia, Krakis no es el único sordo. Tiene una hermana mayor, de 23 años, que también es sorda. La lucha de los sordos no ha sido fácil. Javier López, presidente de Asnic y recién elegido representante de la Federación de Asociación de Personas con Discapacidad (Feconori), recuerda que hasta el 2004 se consiguió que los sordos entraran a la escuela secundaria. López recuerda que él llegó hasta sexto grado en 1979.

Este año, en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) se abrió un diplomado de educación especial con 31 sordos. Es un diplomado que se imparte los sábados. López explica que gran parte son muchachos de los departamentos.

“Quiero terminar mi secundaria y me gustaría tener una carrera”, dice Krakis, quien vive el mismo dilema de cualquier otro muchacho, o trabaja o estudia. Cuenta que halló un trabajo nocturno hace poco en San Judas. Entraba a las 7:00 de la noche y salía a las 6:00. Consistía en empacar bolsas de agua de cincuenta en cincuenta. Pero lo dejó porque había mucha más presión para él que para el resto, y el horario era bastante agotador. Hace poco encontró otro trabajo pero coincide con su horario vespertino de clases. Le han dado unos días, y está valorando si dejarlo o quedarse con las clases.

En Asnic calculan que en el país hay unos 13,000 sordos. López explica que la situación de empleo es difícil, pero que han logrado que a muchos de ellos los inserten en las zonas francas. Eso se pudo gracias a unos talleres de costura y confección que impulsó esa organización. Sin embargo, López reconoce que hace falta mucha sensibilización hacia ellos. En el Estado son pocas, casi nulas, las instancias que pueden atender a los sordos. Rosa Salgado, la procuradora especial para las personas con discapacidad, solo recuerda que en el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) existe intérprete del lenguaje de señas. De allí en ninguna otra institución. En el sistema judicial, por ejemplo, se han hecho juicios a sordos y nadie les explica los juicios ni de qué los están acusando. Recuerda el caso de una pareja de sordos, de Diriamba, quienes fueron juzgados, condenados y encerrados sin que nadie les explicara. Se han deprimido tanto en la prisión que han querido suicidarse. Salgado pidió indultos para ellos y para otros 88 que tienen alguna discapacidad, pero el Ministerio de Gobernación, Mingob, rechazó la petición.

BREVE ENSAYO DE LA CEGUERA

A sus 23 años, Jadder Alberto Guillén nunca ha tenido un empleo formal. Es universitario, cursa primer año de Derecho. Lee mucho. Le encanta argumentar.

En estos días está leyendo Ensayo de la ceguera , del escritor portugués José Saramago. Dice que ha solicitado trabajo en unos seis lugares. Entre ellos la Alcaldía de su pueblo, Altagracia, Ometepe. En algunos casos, nunca lo llamaron y en otros la respuesta ha sido simple: “Ala cómo te vamos a dar una plaza, si vos sos ciego hombre”.

“Como que dudan de mi capacidad”, dice Jadder, quien perdió la vista total a los 17 años, después de 13 cirugías en los ojos, que empezaron cuando solo tenía tres meses de edad. Jadder nació con tres enfermedades en los ojos: catarata congénita, glaucoma y desprendimiento de la retina. Los médicos habían pronosticado que miraría hasta los 35 o 40 años, solo si él permanecía confinado de la cama a la silla gran parte de su vida. Jadder optó por ser un muchacho juguetón, que corría, jugaba, que hacía lo que cualquiera a su edad, en consecuencia los efectos de cóctel de enfermedades se pronunciaron antes de lo esperado.

“Considero que podría trabajar en recepción, o en algunos otros tipos de puesto que pudiese expresar con palabras”, dice Jadder, quien en su pueblo ha trabajado de manera informal como DJ. La música le encanta, lo mismo que el Derecho. Fue su primera opción en la universidad y clasificó. Reconoce que la universidad ha sido bastante comprensiva para evaluarlo. Le permitió un acompañante. Estudia becado y vive en el internado de hombres que está a unas pocas cuadras de la UNAN. Le preocupa un poco la distancia. Teme que en ese trayecto cualquier día lo puedan asaltar a él que depende tanto de la tecnología y que va para todos lados con su teléfono y su computadora, donde ha instalado un verbalizador de textos. Así es como está leyendo a Saramago y hace poco se leyó también a Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez. En este momento, depende poco del sistema de lectura Braille. Más allá de las paredes de la UNAN lo que más resiente es el transporte y las calles con sus obstáculos. Una vez se fue en un hoyo de unos cuatro metros. En los buses, a veces, nadie le contesta, ni el busero ni los pasajeros. El transporte público y el estado de las calles son dos graves problemas para este sector que trabaja por cuenta propia. Jadder dice que no siempre puede echar mano de su mapa de referencias, que consiste en contar policías acostados y rotondas para ubicar la parada en la que le toca bajarse. “A veces las personas piensan que uno es una carga”, dice Jadder, quien sueña con ser diputado, sentarse en la Asamblea y pelear por los derechos de las personas con discapacidad. 

12,830 es la población de sordos en el país, de los cuales 1,850 están integrados a la Asociación Nacional de Sordos de Nicaragua. La población de sordos tiene problemas para conseguir empleo, aunque en los últimos años varias zonas francas les han dado trabajo.


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