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Cuando hay amor, las palabras sobran.
Si no, que lo digan María Angélica Rocha y Álvaro Dionisio Pájaro, una pareja de sordomudos que aprendió a demostrarse su cariño con acciones y sin tanta habladuría.
Según Álvaro, la casa de María Angélica era paso obligado cada vez que regresaba de tomar sus clases en la Fundación Manos para la Vida, donde se atiende a jóvenes con discapacidad auditiva, en el barrio El Pozón.
Se le iba el ojo cuando la veía por las tardes. Ella, por su parte, ni lo notaba. No estaba interesada en algo distinto a formarse profesionalmente para poder ayudar a sus padres.
“Me gustó porque es muy bonita, juiciosa y responsable”, dice Álvaro usando el lenguaje de señas. Mientras confiesa lo que le gustó a primera vista de su hoy esposa, María Angélica comienza a hacer unos gemidos extraños.
Parece que le fuera a dar algo. Por fortuna, una señora, Neysa Nieves, se ofreció a acompañarme en la entrevista. Es intérprete y me explica que María Angélica es muy emotiva y esa es su forma de mostrar que está impresionada con la descripción que ha hecho Álvaro.
La traductora entiende cada signo que usan para comunicarse, pero, más allá de eso, lee perfecto el corazón de ambos. Ha sido una especie de celestina y hada madrina.
Álvaro --haciendo como cincuenta señas por minuto-- me cuenta cómo conquistó el corazón de María Angélica: siendo un caballero.
Comenzó a frecuentarla sólo como un amigo, y la ayudaba, una que otra vez, con sus tareas, muy en especial, las de matemáticas: María Angélica es malísima para los números. Él, cada vez más enamorado de sus torpezas; ella, cada vez más distante. Parecía que no tenía chance alguno con la esbelta negra, de sonrisa tímida y ojos saltones.
Cuando se olvidó del asunto, fue María Angélica quien comenzó a verlo con otros ojos. Le parecía un chico demasiado inteligente y responsable. Llevaba mucho tiempo enamorado de ella y jamás había intentado propasarse. Hasta el último momento le ofreció una amistad desinteresada, y eso la cautivó.
El 20 de junio del reciente 2014, después de 7 años de insistencia, le dijo que sí quería ser su novia.
“Me parecía super responsable, fiel, como alguien para estar por siempre”, dice y se tapa el rostro.
Seis meses le bastaron a Álvaro para saber que había encontrado a la mujer de su vida, la madre de sus hijos y con quien envejecer.
Desde hacía tiempo quería pedirle matrimonio. Sabía que no encontraría a alguien mejor, pero la falta de un trabajo no lo dejaba lanzarse. Varias personas se enteraron de sus intenciones e hicieron una especie de teletón para recoger fondos para el ajuar de los novios, la fiesta, la comida y todo lo que requería una celebración tan especial.
Ese 28 de diciembre, Día de los inocentes, no había nada más real que esa boda. La novia no lucía un atuendo del diseñador Hernán Zajar, pero sí el clásico vestido de graduación de su mamá; y de ajuar, un velo prestado.
No se pudo mandar a peinar y maquillar en Portada Peluquería, pero sí tuvo un pelotón de vecinas que la embelleció.
Para el brindis, no hubo la refinada champaña Beele Perri Jouve Floral, pero había cajas y cajas de vino espumoso de manzana, de esos que se consiguen en los supermercados.
El selecto menú italiano, árabe o español, quedó reducido a uno bien típico que no puede faltar en cualquier fiesta colombiana y, menos, si es diciembre: arroz con coco (o frito, como suelen llamarlo), pollo bañado en Coca Cola y la infaltable ensalada de lechuga con una que otra frutica encima.
Aunque fue una recepción muy exclusiva (si acaso unos 70 invitados, de los cuales 18 tenían discapacidad auditiva) la pachanga, que se formó en el sector La Unión, de El Pozón, no tenía nada que envidiarle a las fiestas privadas del Club Cartagena.
“Siempre me acordaré de lo elegantes que lucían los invitados; y mi esposo, con su camisa manga larga en el altar. Ese es el recuerdo que más tengo presente de mi boda”.
¡Están embarazados!
No dijeron cuánto tiempo, pero a María Angélica aún no se le nota el embarazo. Está demasiado emocionada con la llegada de su pequeño, a quien todavía no le han puesto nombre.
“No sabemos si es niño o niña. Sólo que lo estamos esperando con amor. Sólo Dios sabe”, dice la mujer temblando.
Álvaro también está dichoso con la noticia, pero le preocupa que aún no consigue trabajo. Ha metido cuanta hoja de vida ha podido, mas los esfuerzos hasta la fecha han sido en vano. Si usted, lector, está interesado en contratar a alguien por estos días, le decimos el perfil profesional de este extraordinario ser humano:
“Sé de albañilería. En la fundación aprendí a fabricar manillas y pulseras. También me enseñaron repostería”.
Para esta entrevista, ambos personajes no se acicalaron, ni buscaron sus mejores pintas. Él me recibió en pantaloneta y crocs; ella, en licra de color púrpura. Creo que ni siquiera entendieron mi interés en conocer su historia.
¿Cuál es el alboroto porque una pareja de sordos se ame? Conversamos al día siguiente de la boda, y el en el rostro aún se les veía lo trajinada que estuvo la celebración.
Para finalizar y dejarlos descansar, les pregunto qué es para ellos el amor. A lo que Álvaro se adelanta a responder:
-Es cuidar al otro, consentirlo, darle cariño y protegerlo con la vida misma.
Después de ver cómo se miran, uno entiende que el amor no es sordomudo.
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