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El modelo de la inclusión de personas sordas está en Chicán, México
Toda la comunidad maya yucateca de Chicán habla su propia lengua de señas. Este es un retrato de la vida cotidiana de sus habitantes, la historia de su lengua y de cómo la seña para el día miércoles alude al Chapulín Colorado.
Chi’ Kaan (Chicán) ha sido retratado por la prensa como “el pueblo de los sordos”, aunque sólo 16 personas, de las 705 que viven en esta comisaría de Yucatán, lo son. La confusión se debe a que no hay distinción aparente entre los habitantes, pues todo el pueblo se comunica en tres lenguas: español, maya y lengua de señas maya-yucateca (LSMY).
La comisaría Chicán, que en maya significa “la boca de la culebra”, forma parte del municipio de Tixmehuac, ubicado al sur de Yucatán. Es un sitio tranquilo y lejano a la capital del estado, donde aún se cultiva la milpa y se crían animales. De acuerdo con los pobladores entrevistados, algunos hombres son albañiles y algunas mujeres viajan a Mérida para trabajar como empleadas domésticas. En las últimas semanas de enero hay menos silencio que de costumbre pues una maquinaria pavimenta la calle principal del pueblo.
Aunque existen otras lenguas de señas de comunidades indígenas en el país, como la purépecha, la lengua de señas maya-yucateca es la única (distinta a la oficial mexicana) que ha sido ampliamente documentada en México. El lingüista Olivier Le Guen quien lidera el Proyecto LSMY, ha estudiado y documentado esta lengua desde el 2003.
La LSMY surgió en la década de 1930, por iniciativa de una mujer, para comunicarse con su hijo Teodoro Collí, el primer sordo registrado en Chicán, quien falleció en enero de 2020. “Cuando nacen más niños sordos, Teodoro, que ya tenía una lengua, la enseña y se va expandiendo”, explica Jaqueline Góngora. Cuando Teodoro era niño, la comunidad tenía menos de 200 personas por lo que la lengua se dispersó muy fácilmente. Jaqueline es la primera maestra de educación especial para jóvenes sordos en Chicán. Actualmente, trabaja como Asesora Técnica Pedagógica en Mérida, pero sigue visitando frecuentemente la comunidad.
A Jaqueline le parece importante desmentir un mito, que existe en Yucatán, que atribuye la sordera de Chicán al hecho de que las personas de la comunidad se casaran con familiares. “Al ir estudiando la ramificación de las familias, me doy cuenta de que antes las mujeres tenían 12 hijos o más, en familias en donde ya existía la sordera”, dice. Los investigadores del proyecto LSMY destacan la repetición de ciertos apellidos como Collí y Tilán que podrían dar cuenta de que fueron pocas las familias fundadoras de la comisaría, y por ello la sordera fue heredada por muchas personas.
Los señantes de LSMY comparten un contexto sociocultural con la población mayahablante de Yucatán y, al no tener barreras lingüísticas, no existe exclusión: las personas sordas se casan con oyentes o con sordas y sus hijos, sordos o no, hablan la lengua de señas.
Al haber sido creada por una persona con la finalidad de comunicarse con su hijo, la LSMY tiene más que ver con la cultura maya que con el idioma maya. Por ejemplo, la seña para beber se relaciona con la jícara, cuya cáscara fue usada por el pueblo originario para tomar agua. El gesto simula que las manos sostienen ese recipiente semiesférico y se lo llevan a la boca. “Es evidente la conexión de la lengua con las raíces, la cultura y los paisajes. Los meses y días del año tienen que ver con las cosas más importantes en el pueblo y no son una traducción directa de la lengua maya que se habla más de lo que se escribe”, dice Jaqueline Góngora.
También existen diferencias con los símbolos visuales de la Lengua de Señas Mexicana (LSM) en la cual los movimientos suelen ser rígidos o rectos. Los hablantes de lengua de señas maya yucateca parecen estar dibujando algo sobre el aire como cuando dicen “amanecer” y abren los brazos.
Los niños le enseñaron a Jaqueline el nombre de todos los árboles y animales de la región, los procesos de cosecha y milpa. La acercaron a sus propias raíces mayas a través de una lengua visual. “La que no sabía era yo. En ese momento pensé que les tenía que enseñar a hablar, pero no. Ellos ya tenían una lengua, así que asumí el reto de aprenderla a través de la convivencia con el pueblo y desde entonces no me he podido desvincular de ninguna forma”, dice la profesora.
Este intercambio hizo que Jaqueline Góngora también recuperara el idioma maya que escuchaba de su abuela. Aunque se trate de dos idiomas distintos, al nacer de una misma cultura tienen similitudes: el sistema de numeración es de cinco en cinco y la concepción del tiempo no es lineal como en el pensamiento colonial, sino cíclica. Esto es algo que documentó el lingüista Olivier Le Guen: pues tanto en la lengua hablada, como en la lengua de señas el tiempo se basa en procesos y situaciones que se repiten.
Señar la vida en la comunidad
Son las cinco de la tarde y Geli Collí Collí está en una videollamada en la puerta de su casa en el pueblo de Chicán. En la pantalla alguien le hace señas y ella responde apenas moviendo la cabeza y las manos. Cuando nos ve llegar, se despide de la persona en el celular. Geli es la protagonista del documental “Boca de Culebra” de la directora Adriana Otero, una obra que retrata a su familia y que estuvo nominada al premio Ariel en 2021, en la categoría de Mejor Cortometraje Documental. También colabora en el Proyecto LSMY.
En una entrevista interpretada por Simón Collí Tilán y Delmi Collí en Chicán, Geli dice que además de Lengua de Señas Maya Yucateca, sabe Lengua de Señas Mexicana, lee y escribe en español y un poco en maya. Como otros niños de la comunidad, Geli cursó clases de LSM y español en Tekax, un municipio cercano.
Simón, quien es oyente y conoce los tres idiomas de la localidad, explica que los días de la semana surgen a partir de las rutinas del pueblo. Al principio, solo tenían la seña de domingo, que relacionan con la caza, pero cuando llegó la primera televisión a la comisaría comenzaron a tomar de referencia la programación. Una de las señas para miércoles son las antenas del Chapulín Colorado, que se transmitía ese día; para viernes, un gesto relacionado a las corridas de toros; y para el sábado, el box.
Algo parecido sucede con los nombres. En LSM los nombres suelen deletrearse, pero en la LSMY cada persona tiene una seña particular relacionada con una característica física o de parentesco. La seña de Simón es la suma de “diente de oro” y “hermano”, pues el hermano de Simón fue la primera persona en tener un diente de oro en Chicán y ahora a él lo conocen como “Hermano del diente de oro”.
Para hablar de la maestra Jaqueline o de Adriana, la directora del documental, dibujan sus cabellos: una lo tiene largo y rizado, la otra corto hasta la nuca.
José Collí Collí, cuya seña personal se refiere a la fractura de un brazo cuando jugaba beisbol, habla animadamente con señas y sonidos mientras cuenta su viaje a la Ciudad de México cuando se subió por primera vez a un elevador. Simón se adelanta a decir que después de ese viaje volvieron con señas nuevas. Celular, computadora, internet son otras palabras que se han añadido al vocabulario de esta lengua en los últimos años.
En la casa de José, papá de Geli, hay fotografías enmarcadas. Una de ellas lo muestra en traje de jarana. Dice que una vez le pusieron unos aparatos para oír pero no le gustaron porque el ruido le impactó. Dice que prefiere el sonido natural del ritmo de la música. Tanto él como su hija tienen una discapacidad auditiva moderada, es decir que sí pueden escuchar ciertos sonidos muy fuertes.
En otra foto, aparece él urdiendo una hamaca y su esposa Neidy, también con discapacidad auditiva, bordando. Explica en LSMY que ese es uno de sus momentos más especiales porque se acompañan pero mientras tienen las manos en los hilos no pueden hablar, así que su rutina es hacer una pausa después de un rato y ponerse a platicar.
La exclusión fuera de la comunidad
Guillermo está cargando un garrafón de agua en su tienda y hace señas con su cabeza para saludar a Simón. Su tienda “El amigo Guillermo” está en la calle principal de la comisaría. Es un joven sonriente que atiende a todas las personas en LSMY y los compradores no tienen ninguna dificultad para comunicarse sean sordas o no.
Su seña particular es “El hijo de Audomaro que es pitcher” y dice que le encanta vivir en Chicán porque aquí están sus amigos, que le gusta mostrarle a la gente a señar cuando no saben pero que, cuando viaja a Mérida, capital de Yucatán, se le complica mucho comunicarse con alguien. Sabe dos idiomas, LSMY y LSM, pero la gente de ahí no le entiende en ninguna de las dos.
“Los investigadores ven la lengua porque es maravillosa pero ¿cómo vive el pueblo? No sufren exclusión siempre que no den un paso fuera de su comunidad. Cuando vienen las enfermedades empieza un viacrucis porque se topan con muchas dificultades en centros y hospitales”, dice la profesora. La comunidad tiene un dispensario médico pero el doctor sólo acude un día a la semana. A Jaqueline le ha tocado interpretar para personas sordas en la policía o en el hospital de Mérida. En una ocasión un señor con discapacidad auditiva fue violentado en el transporte público porque no podía comunicarse con el chofer quien creyó que el hombre con discapacidad estaba borracho y lo quería bajar del camión.
“Ni siquiera hemos podido socializar la LSM, imagínate la maya yucateca. Aprender un idioma va más allá de tomar un curso de 20 horas. Implica estar en contacto con la comunidad que lo habla. En la comunidad de Chicán todos hablan LSMY y las personas sordas pueden ir a la milpa, a comprar su carne, a la iglesia, al mercado y con sus amigos. Es el sueño mundial, la tan esperada inclusión se vive en este pueblito”, dice Jaquelin.
Este mismo fenómeno social ha ocurrido en la comunidad que habla la lengua de señas de Urubú-Kaapor en Brasil, en la isla de Martha’s Vineyard en Estados Unidos, en la Aldea de Adamorobe en Ghana y en la Isla de la Providencia en Colombia. Algunas, como la lengua de señas Martha’s Vineyard (MVSL), han disminuido considerablemente el número de sus hablantes, convirtiéndose en lenguas en peligro de extinción.
Sin embargo, hay incontables variaciones de la lengua de señas en comunidades pequeñas como la población de Nohkop, un barrio del municipio de Chemax a 200 km de Chicán en donde algunas de las palabras del vocabulario de la LSMY varían, tal y como sucede con las variantes del español y lenguas originarias.
En Guatemala, donde se hablan lenguas de las familias maya, xinka y garífuna, hay por lo menos dos lenguas de señas conocidas, además de las llamadas “criollas” que surgen en comunidades más pequeñas. María Fernanda Quiñónez, de la Asociación Nacional de Intérpretes y Guías Intérpretes de Lengua de Señas de Guatemala, es oyente y usuaria de lengua de señas desde el 2015. En una entrevista, explica que la Lengua de Señas Guatemalteca Central se habla en la capital y la Lengua de Señas Occidental se habla en departamentos como San Marcos y Quetzaltenango. Dependiendo del lugar, una palabra puede tener dos señas, por lo menos, y los intérpretes como ella deben saber ambas.
“En comunidades y aldeas alejadas de centros y capitales surgen lenguas de señas en cada momento. Nosotros conocemos como Lengua de Señas Criolla a la que no se difunde sino que nace en familias y comunidades. Como tal no está establecida una lengua de señas indígena pero seguro si vas a alguna comunidad, la encuentras”, dice.
Su palabra favorita es “sentir” e implica un movimiento suave con las manos abiertas sobre el pecho. Dice que las personas sordas que señan suelen entender la expresividad con más facilidad que las oyentes, son más directas porque no tienen las oraciones enrevesadas y los eufemismos de las lenguas orales.
“Ahora hay un auge en Guatemala. A mucha gente le interesa aprender Braille y Lengua de Señas y se ha procurado la toma de conciencia de que se tiene que dignificar al igual que el idioma maya, no sólo como una forma de comunicación alternativa sino como un idioma en sí mismo”, aclara.
En ese país la comunidad sorda imparte cursos que no pueden dar los oyentes, hay un canal de noticias exclusivo para personas con discapacidad auditiva e impulsan reformas de ley para procurar la inclusión de la lengua de señas en espacios públicos e instituciones. Pero la inclusión de las lenguas criollas sigue siendo un tema pendiente, pues cuando los usuarios de esas lenguas llegan a la capital, pasa lo mismo que con la LSMY y se ven obligados a aprender las oficiales del país. “Está el caso de un sordo que entró a una propiedad privada y lo demandaron. Él hablaba criollo y su hermana tuvo que ayudar a la intérprete porque había señas que desconocía”, recuerda.
En busca de una justicia lingüística
Jaqueline habla de “justicia lingüística” para referirse a la inclusión de las personas con discapacidad auditiva y visual mediante el compromiso a comunicarse con ellos. Opina que así como en las escuelas se imparte la asignatura de inglés, deberían impartirse clases de LSMY, LSM y lenguas indígenas, pues son todas lenguas con las que convivimos. “Las lenguas nos abren puertas también a los oyentes, y si sólo dominamos una lengua no podemos hablar de inclusión”, dice.
El alivio que sienten las personas que no hablan una lengua oficial cuando son comprendidas es una sensación diaria en Chicán. Los habitantes están orgullosos de la inclusión que existe cotidianamente en la comunidad. Al menos eso dice Simón: “La convivencia y la armonía en Chicán, sin discriminar a ninguna persona, es lo más bonito y lo que más aprecio de mi pueblo cuando salgo”.
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