domingo, 16 de mayo de 2021

Los olvidados. Juan Manuel Ballesteros

NOTICIAS DE CASTILLA Y LEÓN - GENTE


Los olvidados. Juan Manuel Ballesteros


Segovia rebosa de hechos históricos relevantes y ello es ocasión de celebraciones frecuentes. Hace días se ha conmemorado el recuerdo (V Centenario ya) de la rebelión comunera.

No hace falta gastar muchas líneas para convencer al lector de ello. Pero no es menos cierto que abundan nombres de segovianos ilustres que, por su propia trayectoria, ocupan un lugar preponderante en muchas facetas de la vida nacional, solo por referirnos a los que dentro de la península fueron capaces de alcanzar renombre, para que su nombre perdure. De aquí que queramos alcanzar hasta los lectores el recuerdo de sus tareas como ejemplo de comportamiento y siempre prestando algún servicio a todos. Es el caso de los médicos cuya nómina de celebridades es muy extensa, o el mérito de sus obras que les coloca en la nómina de los elegidos, aunque en este caso estén apuntados en el libro de los olvidos.

Repasando el archivo de los ignotos, que me he fabricado a lo largo de años, me encuentro ahora el nombre de Juan Manuel Ballesteros, nacido en el pueblo segoviano de Villaseca, un pueblito simpático y cordial y por el que se ha de pasar, según qué camino se tome, para llegar a las Hoces del Duratón, a la vera de San Frutos. Será el lector quien juzgue si merece la pena que resucitemos su memoria y mucho más si tenemos en cuenta que en estos momentos la sociedad española se ocupa con fervor de la atención a los discapacitados.

El doctor Ballesteros, su nombre completo fue Juan Manuel Ballesteros Santamaría, nació el año 1794 y murió en Segovia el último mes del año 1869. Fue un médico famoso y benemérito, coincidente en el Madrid de la época con el doctor, también segoviano, de Valseca, de Boones, Pedro González de Velasco, que tan alta huella dejó en la atención médica e incluso en la leyenda y a cuya vida y obra ya nos hemos referido, mas de una vez, en estas mismas páginas. Ballesteros atajó a ser tenido por una figura continental, pues Europa le reclamaba como quien mas podía aportar a los discapacitados de la vista y del habla, para cuya cura, si era posible y para la subsistencia de sus vidas consagró saber, tiempo y fortuna. Requerido por franceses y alemanes principalmente, para encuentros científicos y para conferencias expositivas de su tarea médica y pedagógica.

Evidentemente, dado el prestigio de su nombre en la Corte, nuestro paisano fue elegido por algunos miembros de la Real Familia para su constante atención médica, por lo que su popularidad se disparó, pero su tesón no se distraía con esas zarandajas. El iba a lo suyo y eso se centraba en una constante tarea en auxilio de los sordomudos en Madrid, donde asistía como Director y primer Profesor al Colegio de Sordomudos. Aún alcancé a conocer esa institución en cuya imprenta, calle de Eloy Gozalo,, se editaba la publicación CUM (Cultura Universitaria Misionera) de cuya redacción yo era responsable y que con tanto empeño publicaba la institución Obras Misionales Pontificias, dado el empuje que caracterizó a su impulsor don Ángel Sagarmínaga.

No sé, antes de adentrarme en la vida y la obra del doctor Ballesteros, ese segoviano injustamente olvidado, si algunos paisanos, aparte de recorrer el término de Villaseca, para llegar a San Frutos, se han acercado a lo que fue en otro tiempo el, hoy despoblado y acaso ya hasta sin ruinas, de San Miguel de Neguera, con cuyos límites fronteriza Villaseca, lugar donde nació el doctor Ballesteros, como ya dijimos y queremos volver a recordar por la importancia que tiene el territorio en la trayectoria de los hombres.

Para los que aman esta tierra nuestra, recorrer esos parajes es llenarse de emociones en un páramo seco, en el que vivieron nuestros antecesores alimentados por el milagro de hacerles producir cereales, garbanzos y legumbres, como escribió, el secretario de su ayuntamiento, para la monografía de la provincia de Segovia, que publicó el Centro Segoviano de Madrid el año 1952. Hace ya 69 años y aún sigue siendo libro de referencia para acercarse al conocimiento de Segovia y su provincia entera. Así que retomando al olvidado por todos, y por mí en este escrito, y al que vuelvo, Juan Manuel Ballesteros, sepa el lector que dedicó su vida en una ejemplar atención al, ignoto entonces, mundo de los sordomudos, lo que le destaca en una pléyade de segovianos beneméritos. Mi primera noticia sobre Ballesteros me llegó del eminente doctor Teófilo Hernando, nacido también en el segoviano pueblo de Torreadrada, cuyo nombre debería hoy llevar lo que se conoce como Hospital General de Segovia, cuando Segovia ha dado al mundo médicos de la talla científica, cultural y humana de don Teófilo, Antonio García Tapia, Agustín y Leopoldo Moreno y una nómina brillante de galenos nacidos en toda nuestra geografía provincial, como la saga de los Gilsanz de Fuentepelayo o los Sanz Ramos de Cantalejo.

Ballesteros, a pesar de nuestro olvido, ignorancia y silencio de su nombre, alcanzó especial relieve en la Corte, en España y en Europa por su dedicación científica y humana al mundo de los discapacitados. Hacia ese mundo de los ciegos, desde el siglo XIX hasta hoy, siempre aparece la figura emergente de Juan Manuel Ballesteros. Fue en 1842 cuando se puso en marcha, por su insistencia y tesón, el Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos, viajando por diferentes países para lograr material de instrucción para esas enseñanzas ya que, por aquel entonces, no existían aquí. Nadie prestaba atención a la solución de aquel problema de discapacidad.

Inquieto y exigente por lograr un mundo evolucionado para los que sufrían esas taras, logró que la ley Moyano recogiera mejoras que aliviarían la situación de los invidentes y en esta línea fue Ballesteros quien introdujo en España el sistema Braille que tanto facilitaba el entendimiento de los discapacitados y que aún perdura. Hoy, con aquellos antecedentes y como consecuencia de aquellas primeras piedras de esa construcción docente, existe una legislación a favor de los ciegos y la total resolución de sus necesidades, pero hubo de ser preciso que antes se incubara un antecedente movido por un hombre nacido en un pueblo segoviano.

Ballesteros vio cumplidos muchos de sus planes y proyectos a favor de los, hasta entonces, marginados. Gracias a él se abrió un camino firme para la atención y solución que reclamaba una parte de la sociedad española hoy totalmente integrada y normalizada. José Manuel Ballesteros Santamaría, nacido en Villaseca y fallecido en Segovia, ha de ser rescatado del olvido y gozar de la admiración que merece. Acaso recordando su memoria de alguna manera que la perpetúe y la reconozca. Segovia está en deuda con muchos de sus hijos olvidados. Ellos no lo reclaman, pero nosotros tenemos con ellos un claro recuerdo y una obligación de lealtad, que, al menos, vuelva fugazmente su vida y su obra a nuestra memoria.

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