InfoSord-Puerto Príncipe, 02/02/2010
por José Grau
Unicef y las ONG que se dedican a acoger y registrar niños abandonados tendrán que trabajar duro si quieren reconstruir las biografías de los alumnos del Centro de Educación Especial, casi seguro los más desamparados de todo Puerto Príncipe
El Centro de Educación Especial de la calle de l´Enterrement, en el centro de Puerto Príncipe, era toda una referencia. Se trataba de una institución fundada en 1976 para ayudar a niños con discapacidades, físicas o psíquicas. Era el primero y el único de estas características en Haití. Como tantos otros edificios, el terremoto lo devastó. En la fachada, aún se puede ver el letrero «Sant Edikasyon Especyal» (Centro de Educación Especial, en lengua criolla), y literas en uno de los pisos. Parece que forman parte del escenario de un teatro que quisiera representar un bombardeo.
Wencesla, una estudiante de bachiller que vive muy cerca del centro y que venía aquí a entretenerlos, nos cuenta: «Además de la atención de niños con discapacidades, había una escuela de educación primaria con unos mil alumnos. Yo venía todos los días a jugar con muchos de ellos».
Preguntamos qué pasó tras el terremoto y Wencesla contesta: «Muchos alumnos murieron y otros están vivos. También murieron muchos profesores. Los niños discapacitados que sobrevivieron, a algunos se los llevaron sus parientes, otros quedaron abandonados».
Si la suerte de un niño haitiano ya es complicada, la de uno con discapacidad es fácil imaginarla. Lo refleja el mismo hecho de que en la escuela de la calle de l´ Enterrement ingresaban chicos cuyas familias ya nunca más querían saber de ellos. Este Centro de Educación era, pues, algo muy singular. «Sí -dice Wencesla-, había internos». Que es tanto como decir: sí, había muchos muchachos discapacitados abandonados.
Junto al palacio
¿Dónde están esos chavalines que sobrevivieron al terremoto? Un vecino del barrio, René, contesta que nos pueden informar en las tiendas de campaña frente al Palacio Presidencial, a pocos metros de donde nos hallamos. René y Wencesla se muestran serviciales y nos acompañan.
Hay una cola enorme en torno a la residencia oficial. Son gente que espera el reparto de alimentos. Los todoterreno del Ejército de EE.UU. vigilan junto a la puerta principal. René nos coloca en la parte de la cola donde habrá unos veinte sordomudos. Algunos dan la impresión de desvalidos; otros, de ausentes.
Les digo a René y a Wencesla que buscaba a los niños discapacitados. De momento me contestan que el Centro de Educación Especial tenía anexo un pabellón para sordos, niños y adultos, que también se derrumbó. Los que están allí son los que se han quedado en la calle, los sordomudos a los que ningún familiar ha venido a recogerlos.
Preguntamos a los sordos por los niños del Centro de Educación Especial. Adlin nos escribe en una hoja de papel que no sabe dónde están sus dos hijos. Llora. Emite gemidos. Luego, en el lenguaje de signos, que Wencesla domina, explica que los perdió de vista tras el terremoto, pero que están vivos. Quizá se los robaron.
Sospecha que están en un refugio, en un bloque de la calle paralela a la que nos encontramos. Nos conduce hasta allí. Alguien sin demasiadas ganas de hablar asegura que no hay niños. Estamos en el patio de una dependencia oficial. Adlin llora y hace aspavientos. Dudamos de su capacidad de percepción de la realidad. Quizá padece un síndrome postraumático. No podemos hablar con el monitor que cuidaba a los sordos: le cayó un bloque y murió. Se hace de noche y es imposible seguir, de momento, con la investigación.
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