domingo, 21 de marzo de 2010

El Rey, con audífono: La ley del silencio

InfoSord-Madrid, 20 marzo
Por Ángeles López

Tras la confirmación desde La Zarzuela de que el Rey padece presbiacusia, nos adentramos en la vida de quienes sufren discapacidades auditivas junto al escritor Francisco Pérez Gandul

Cada pequeño gesto que hace, dice o luce la Familia Real se magnifica en los medios. Ahora, por obra y gracia de un «zoom» fotográfico, la Casa del Rey se ha visto obligada a confirmarlo: «Sí, el rey lleva audífono... Pero desde hace años». ¿Su dolencia?: presbiacusia, que, según Josep Prades, jefe del servicio de Otorrinolaringología del Hospital Quirón de Barcelona, «es el equivalente a la presbicia –vista cansada– del ojo, y se trata de un proceso degenerativo, no hereditario, que aparece con la edad y afecta a más del 50 por ciento de las personas mayores de 60 años». Se acabó la noticia.

«El uso de audífonos –continúa el doctor Prades– no empeora ni mejora el grado de audición, y las prótesis intracanal no serían posibles en caso de sordera severa». Ergo: Don Juan Carlos sólo necesita un «bastón» para su oído, que, además, «se puede poner y quitar, al igual que unas gafas», concluye el experto.

Enfermedad de Meniére
Como en periodismo cualquier noticia da pie para mirar el entorno con microscopio, hemos querido saber cómo se desarrolla la vida de –según el INE– ese diez por ciento de la población que sufre algún tipo de dolencia auditiva. Y nadie más oportuno que un «lazarillo» de excepción: Francisco Pérez Gandul, autor de «Celda 211», novela que inspiró la premiada película. Ante la duda de cómo definir su dolencia, con un sentido del humor lapidario, zanja: «Soy “Casi Sordo”, con nombre compuesto post-locutivo, porque me sobrevino a los 18 años a causa de la enfermedad de Meniére en su vertiente más sombría». La pérdida de audición fue tan progresiva que le dio tiempo a acostumbrarse. «Además, nunca sentí rechazo ni lástima... ¡sólo soy casi sordo, no tonto ni presidente de Gobierno!», aclara. Gandul fluctúa entre las metáforas y el humor para aclarar los sonidos de su silencio: «Los chistes salen solitos cuando contestamos a una pregunta que no hemos oído. Groucho es un aficionadete en comparación con nosotros».



Por diversas patologías no son pocos los ejemplos recientes de artistas con discapacidades auditivas que han conseguido superar el hándicap: desde Townshend, Eric Clapton y Phil Collins hasta los melódicos Barbra Streisand y Al Jarreau, sin olvidar a los televisivos como Grissom, de «CSI», a quien hemos visto capítulo a capítulo perder audición de forma progresiva.

«Los casi sordos de última generación –aclara Pérez Gandul– oímos en 3D en comparación con Goya, no ya porque los audífonos sean más sofisticados, sino porque incluso en ausencia de ellos “oímos” a través de los sms, de los e-mail, de los messengers y, dentro de poquito, de la transcripción de voz a textos en elementos portátiles, como los móviles».
Es poco conocido que la lesión auditiva del padre de la pintura contemporánea comportó que el regente Godoy impulsara la creación de la primera aula para sordomudos en España. Francisco de Goya enfermó en 1792, un año antes de comenzar «Los caprichos», y hoy se cree que el pintor acabó adoptando el lenguaje de las manos para comunicarse. Hasta tal punto es plausible que dos historiadores –Gasón y Ferrerons–, al realizar un estudio sobre el padre del primer alfabeto para sordos, el español Juan Pablo Bonet, se toparon con datos referentes a una lámina de Goya que representa de forma didáctica un alfabeto manual, lo que permite reconstruir la evolución del idioma de signos, cuando, hasta hace poco, se pensaba sólo que era un estudio artístico de manos del aragonés.

Creatividad singular
Las consecuencias de cualquier disfuncionalidad sensorial, según el psiquiatra forense José Miguel Gaona, «propician una distinta construcción del mundo que nos rodea: el entorno se percibe distinto, su interacción también lo es, y, por tanto, su creatividad será singular». Raudo –porque oír no oirá, pero las neuronas le funcionan a la velocidad de la luz–, Gandul aclara: «El Rey lo va a tener más fácil que los demás “casitapiatotales”, pues lo habitual es que él pregunte y no que sea preguntado... Además, si a mí me siguen la corriente y se ríen, a Su Majestad le felicitarán por su sentido del humor». El doctor Gaona recuerda que esto «produce más desazón al interlocutor sano que a quien padece sordera. El “sano” se encuentra con que carece de habilidades para poder comunicarse con él e, intelectivamente, parece que es más complejo comunicarse con él o ella».

Tanto para los profanos como para quienes habitan en casas donde «el cartero siempre llama, no dos, sino cuatro veces», Pérez Gandul nos despide con ternura y una dosis extra de talento: «Añoro la conversación con los niños, pues no olvidemos que el sonido de quienes sólo escuchamos el silencio es como el de la Maestranza en una mala tarde de Curro Romero... Aunque, eso sí, les pido a los reyes –de Oriente– un oído biónico con botoncito para silenciarlo».

Estrategias paralelas
Pérez Gandul (en la imagen) se remonta al principio de su sordera para recordar: «Primero lloras, pero terminas dejándote arrullar por el silencio; te acostumbras a encontrar los sonidos en los labios de los demás, a quererte más porque te sientes aislado...». Lo que el psiquiatra Gaona matiza: «Muchas personas se niegan a realizar tratamientos de última generación (implantes cocleares), pues se encuentran cómodos en ese “silencio” y desarrollan estrategias paralelas. Eso sí, intelectualmente, nunca supone un déficit de sus funciones», añade.

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