Desde Tete Montoliu hasta la 'La Niña de los Cupones', que usa el lenguaje de signos, hay una larga lista de artistas españoles que han superado su minusvalía
Si hacemos memoria, nos acordaremos del gran pianista Tete Montoliu y del no menos ilustre guitarrista Joaquín Rodrigo. Dos músicos españoles y ciegos que dejaron huella en la memoria de los aficionados y en la historia del arte. Prueba de que el talento genuino campa por sus respetos como le da la gana. En tiempos más recientes, hemos podido escuchar a Serafín Zubiri, un cantante y compositor invidente que también se anima en la pista de baile. Sus proezas en el programa de televisión 'Mira quien baila' dejaron bien claro que el sentido del ritmo se lleva en la sangre. No tiene nada que ver con la agudeza visual; es más, los buenos bailarines deben de saber desenvolverse en el escenario con los ojos cerrados. Sobra decir que muy pocos se atreven a tanto…
Para arrestos, los que demuestra María Ángeles Narváez Anguita, más conocida en los círculos flamencos como 'La Niña de los Cupones'. Desde los seis años, es sorda del oído derecho y padece serias deficiencias en el izquierdo, una minusvalía que no le ha impedido dar rienda suelta a su arte como cantaora y bailaora. Y todo ello, que conste, recurriendo muchas veces al lenguaje de signos. Siempre que puede, hace ese guiño al colectivo de sordos, en un gesto de hermanamiento que busca integrar a nuevos públicos. Esa es la clave de su iniciativa: demostrar que la creatividad está abierta a todo el mundo, sólo hay que buscar el medio de comunicación adecuado.
Otros -como la Orquesta de Plectro 'Ciudad de los Califas' de Córdoba o la Coral 'Allegro' de Valencia- llevan ya muchos años demostrando que videntes e invidentes disfrutan a partes iguales con la música que interpretan los ciegos. Ahí las barreras se salvan con facilidad. Asunto muy distinto son los artistas plásticos, que se las arreglan para dar vida a piezas que apenas pueden apreciar visualmente. En estos casos juega un papel fundamental el instinto, ese don que les permite guiarse a tientas en la semioscuridad y superar el aislamiento, máxime cuando se trata de escultores como José María Prieto Lago y Andrés Clariana. Ambos son sordociegos, sufren el síndrome de Usher (que combina la retinosis pigmentaria con la sordera) y han creado una obra fascinante.
El primero ya apuntaba maneras en su pueblo natal de Vivero (Lugo), cuando de niño echaba mano de los cestos para el pescado que elaboraba su padre. «Cogía las sobras para hacer sus propias cosas... ¡Cómo se notaba que llegaría lejos! Ahora tiene unas esculturas en bronce que son magníficas», revela Miguel Moreno, director del Museo Tiflológico de la ONCE. La sensualidad y el dinamismo definen su estilo. Muy distinto al de Andrés Clariana, otro gran admirador del escultor británico Henry Moore como Prieto Lago. Pero la sensibilidad de Clariana se decanta por la calma y un estatismo de corte casi prehistórico. El Museo de la ONCE luce dos de sus torsos, en madera y piedra, «y nos sentimos muy, pero que muy orgullosos», recalca el máximo responsable del centro. No es para menos.
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