Pocos días después de las Jornadas Mundiales de la Juventud y de la visita del Santo Padre a Madrid, Antoni Puigvert firmaba un artículo en La Vanguardia titulado “Ratzinger y los dos sordos”. En él, el periodista e intelectual católico de Gerona, uno de los pocos en Cataluña que no esconde su Fe, estiraba las orejas a unos y otros en plano de igualdad.
Ratzinger y los dos sordos
Con indisimulada alegría, mientras Ratzinger aterrizaba en Madrid, algunos medios proclamaban la buena nueva de unas encuestas que describen la irreligiosidad de los jóvenes españoles. Los católicos son pocos; y los que todavía lo son, no practican. Pero ¿las corrientes laicistas y relativistas, a las que tanto complace la noticia, son más fuertes? ¿Existe alguna institución laica capaz de movilizar la energía que se ha visto estos días en Madrid? No hay que ser sociólogo para constatar que la práctica ilustrada ha tocado fondo . ¡Ésta sí ha tocado fondo! La mayoría de jóvenes no creen en Dios, pero aún menos en la diosa Razón. Obedecen los dictados de la moda y la tiranía de los instintos. ¿Acaso alegra a los partidarios de la razón el panorama de nuestras calles? ¿Debemos aplaudir el imperio del consumo? ¿Debemos congratularnos, en nombre de la Razón , por la generalización del consumo de drogas? ¿Debemos aplaudir la imparable idolatría del fútbol? ¿O la profusión de bandas castradoras de la libertad individual? ¿O el fracaso de la educación? ¿O el aumento colosal de la prostitución treinta años después de la revolución sexual? ¿O las cifras horripilantes de violencia contra las mujeres?
Estos días, los (presuntos) ilustrados se burlaban de la iglesia . Hemos leído nuevos chistes sobre los confesionarios y viejos chistes sobre la confesión. Sobre la alegría de los que han compartido misas y encuentros, hemos leído: “¡Qué ridículos!”. He aquí una reacción patética: el progreso se desmorona, pero los progresistas, en lugar de preguntarse por qué, recurren al viejo resentimiento anticlerical. “Lo peor es creer que se tiene razón por haberla tenido”, escribía el poeta Valente. Benedicto XVI inauguró su pontificado proponiendo ampliar el espacio de la Razón. Su bandera no es la compatibilidad entre Razón y Fe, idea antiquísima, sino algo más sutil: la fe católica es hija de la razón griega por lo que, en un mundo confuso y sin límites, la Razón y el Amor deben dialogar para reencontrar la verdad y el sentido. La paradoja es que la gente que abandera la Razón , en lugar de preguntarse “¿qué dice?” retrocede a posiciones panfletarias . En lugar de preguntarse en qué ha fallado la Ilustración , se escudan en la caricatura: “¿Con un inquisidor? ¡Ni hablar!”.
Ciertamente, también el cardenal Rouco y los que usufructúan en España la identidad católica (derecha cultural incluida) están lejos del espíritu de Benedicto XVI. La Iglesia española tiene una fuerza que no aprovecha . Se limita a fortalecer con éxitos puntuales la moral de los suyos. No quiere abrirse y dialogar. No sabe o no quiere desafiar a la posmodernidad: se limita a bombardearle dogmas. Y esto no tiene nada que ver con lo que dice Benedicto XVI sobre el atrio de los gentiles. Por ello, los discursos de Rouco y de Ratzinger no fabrican armonías.
Antes de comentar este último párrafo tengo que decir que Antoni Puigvert es lo contrario a un bruto o un atolondrado. Seguramente sus formas son más delicadas que las de este articulista a veces asilvestrado. También hay que reconocer que presentarse como católico en el mundo intelectual o defender al catolicismo en el mundo de la cultura oficial u oficialista en Cataluña, no es cosa fácil. Se ha pagado, hasta el día de hoy, con frecuente vacío profesional; lo que en el caso de un escritor puede afectar directamente a la línea de flotación de la pura subsistencia. Asimismo Puigvert ha dedicado no pocos artículos a denunciar el papanatismo cósmico del pensamiento progre más anticatólico en Cataluña.
Dicho esto, es un exceso poner al mismo nivel una supuesta “sordera” del cardenal Rouco y la “Iglesia española” hacia el pensamiento y palabras de Benedicto XVI, con la sordera, ésta más constatable, del mundo “ilustrado” anticatólico español (y catalán) hacia el Papa Ratzinger.
Los católicos catalanes y la Iglesia en Cataluña no podemos dar lecciones a la Iglesia en Madrid o al cardenal Rouco. Sólo hay que ver la exigua presencia catalana a las JMJ. Por citar un ejemplo, 1.350 jóvenes catalanes versus 30.000 jóvenes andaluces se inscribieron en las jornadas. Podríamos comparar también la asistencia a Misa en la periferia metropolitana madrileña con la barcelonesa, la vitalidad del seminario madrileño y de su Universidad eclesiástica San Dámaso, con el seminario de Barcelona y su Facultad de Teología. ¿Dónde está una Santa Maria de Caná de Pozuelo de Alarcón en Barcelona?
Seguro que no todo lo que reluce es oro en Madrid. También tienen sus parroquias tipo San Carlos Borromeo de Entrevías y sus movimientos de progresismo gerontocrático a lo Asociación de teólogos Juan XXIII de Tamayo y compañía. Seguro que cierto nacionalismo españolista exacerbado asoma su nariz en ciertas expresiones del catolicismo madrileño. Seguro que el cardenal Rouco tiene sus defectos (como todos). ¿Pero qué bandera va a sacar un madrileño con motivo de alegría si viene el Papa? ¿La de Azerbaiyán? ¿Acaso asistir a la JMJ o a una manifestación Pro-vida en Cibeles con la bandera española es un acto exacerbado? ¿Qué lecciones podemos dar cuando la bandera de las cuatro barras ondea en muchos más campanarios en Cataluña que lo que proporcionalmente lo hace la española en el resto de España?
La mega-senyera que ondea siempre en el campanario de Ripoll es un acto de “normalidad”; pero una bandera española en el Cerro de los Ángeles pondría a muchos católicos catalanes histéricos. ¿Qué lecciones se pueden dar cuando en Cataluña hacemos, corregido y aumentado, lo que criticamos en España? Los campanarios, mejor culminarlos con la Cruz que con banderas. ¿A caso no es un tema de importancia?
Demasiados católicos (y mucho cura) en Cataluña han creado lo que aquí llamamos un “papus” (un coco) que nos ha servido para no ver nuestras debilidades y mediocridades. Este “papus” es una Iglesia española definida como preconciliar, para nada dialogante, iletrada, que “se limita a fortalecer con éxitos puntuales la moral de los suyos”, que “no quiere abrirse y dialogar. Que no sabe o no quiere desafiar a la posmodernidad: Que se limita a bombardearle dogmas. Todo ello me recuerda a una tribu de Uganda que definía a la tribu que vivía más allá de sus bosques como “hombres salvajes que andaban cabeza abajo”, para que nadie fuera a visitarles”.
Esta Iglesia, la madrileña hablando en plata, tan “impresentable” y anclada en el pasado de la cristiandad, de los abrazos con la derecha y el PP, que tiene en Rouco su máxima expresión es, ¡oh paradoja!, la que ha organizado tal exitosa JMJ. Se podrán buscar defectos en Rouco o en Madrid, se podrá loar por encima de todo al Santo Padre Benedicto XVI; pero ¡hombre!, seamos un poco más generosos y clarividentes con la Iglesia que peregrina en Madrid.
Nosotros, los “puritanos” de Cataluña, los filtros del aire de lo que es conciliar y de lo que no lo es, de lo que es “obert i dialogant” y no lo es, no podemos dar muchas lecciones. Hemos llegado a tal paroxismo, que incluso en ciertos ámbitos eclesiales catalanes se ve a los que van a las marchas pro-vida por las calles de Barcelona, como a españolistas, sólo porque utilizan formas como las que se usan en Madrid. Los “puros” no muestran su fe por las calles, porque esto lo hace el catolicismo español “rancio”. Y mientras, Barcelona capital del aborto de España.
Hemos llegado a tal desconcierto, que en no pocos ambientes no creyentes juveniles catalanes, se identifican catolicismo y españolismo. El drama es que en la forja de este clima ha contribuido, y en no poca mesura, la labor del nacionalprogresismo clerical catalán, construyendo desde las últimas décadas esta imagen de Iglesia española = papus.
Miremos nuestras parroquias en Cataluña, viajemos un poco más por el catolicismo europeo, fuera o dentro del Estado, y veremos en nuestro Principado la Iglesia más mustia de la geografía española, salvo germinantes y esperanzadoras excepciones. Si tuviéramos más humildad y fuéramos más viajados, otro gallo nos cantara.
Con ganas de crear lazos entre hermanos en la Fe , más allá de las controversias políticas del día a día que nos atrapan a todos, proponemos un Stage para catalanes en Madrid de una semana; que pasara, por ejemplo, por conocer realidades como las de la susodicha parroquia de Santa Maria de Caná, las diferentes iniciativas de presencia de los católicos en la sociedad auspiciadas por San Pablo-CEU, un paseo por la San Dámaso , el seminario de Madrid o la curia de la suburbial y dinámica diócesis de Getafe. Al final podríamos hacer el camino inverso, un stage de católicos madrileños para conocer la realidad eclesial barcelonesa. Les aseguro que todos aprenderíamos mucho y nos liberaríamos de muchos tópicos cultivados desde la politique politicienne para forzar distancias por medio de la descripción caricaturesca del otro.
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