Por Ignacio Frías
Se llama Luis Díaz Pérez, es de Torreblascopedro, nació sordo y, en consecuencia, mudo, y sus ojos caminan irremediablemente, a grandes pasos, hacia la ceguera absoluta, pero los resquicios de luz que aún percibe los emplea para dar rienda suelta a su gran pasión, la pintura.
Se llama Luis Díaz Pérez, es de Torreblascopedro, nació sordo y, en consecuencia, mudo, y sus ojos caminan irremediablemente, a grandes pasos, hacia la ceguera absoluta, pero los resquicios de luz que aún percibe los emplea para dar rienda suelta a su gran pasión, la pintura.
Pintar, pinta de todo, bodegones, naturalezas muertas, figuración, marinas, paisajes... En las paredes de su casa cuelgan más de un centenar de cuadros al óleo en diferentes formatos. Por lo general, son copias realizadas con una minuciosidad y realismo que sorprende, porque Luis Díaz cuida el detalle y tiene un gran dominio del dibujo y la perspectiva. Sus cuadros son copias, pero a todas ellas les imprime un sello propio inconfundible. También tiene algunos cuadros de creación propia, de bella factura y realismo. Pinta porque le gusta, aunque en ocasiones ha atendido encargos concretos y, cuando lo considera oportuno regala algún que otro cuadro a personas concretas.
El problema sensorial que padece Luis Díaz es genético y degenerativo y le afecta también a sus hermanos, que sí padecen ya una ceguera declarada y total, además de la sordera de nacimiento. Se ocupa de ellos su primo Ildefonso Díaz Martínez, panadero de Torreblascopedro. Se comunican a través del tacto, con un lenguaje creado por ellos, a base de impulsos, caricias y apretones, pero de una precisión tan exacta que ya hubiera querido para sí el mismísimo Louis Braille. “Solo con cogernos del brazo, ya estamos hablando”, explica Ildefonso Díaz. “Siempre había cuidado de ellos mi padre, que es primo hermano suyo, pero cuando se hizo mayor, yo me hice cargo”. Y añade: “Eran cuatro hermanos, uno falleció y quedan tres, y solo a Luis le queda un poco de vista, por eso puede pintar. Nacieron sordos, pero cuando eran pequeños todos veían”.
Ildefonso, como intérprete que es de ese lenguaje táctil, pregunta a Luis lo que siente con la pintura. Y traduce: “Dice que mucha satisfacción y que cada vez que acaba un cuadro siente una gran alegría por el trabajo realizado”. Luis Díaz es un autodidacta en el más puro sentido del término y lo que sabe es fruto de su observación, aplicación de la lógica y de su inteligencia. Y como la pregunta del millón es si el artista nace o se hace, él siempre ha tenido facilidad para el dibujo, una habilidad que se percibe a primera vista en cada uno de sus cuadros.
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