Por Valentina Ernst
Los alumnos de la Escuela Municipal de Audición y Lenguaje participaron en un festival de conservación del entretenimiento del Guayaquil de antaño. La sordera de los participantes no impidió que se diviertan con el palo encebado, el yoyo, el hula.
La canción “Guayaquileño” y murmullos lejanos era lo único que se oía ayer al entrar a la Escuela Municipal de Lenguaje y Audición, ubicada al sur de la ciudad.
En el lado derecho del patio se encontraban tres grupos de aproximadamente ocho niños con discapacidad auditiva, sentados en el piso mientras esperaban su turno para jugar con una perinola.
Entre miradas de asombro y sonrisas con señas parecía que alentaban a los alumnos que iban ganando las competencias.
“Mamá yo ganar”, gritó un niño que jugaba con un yoyo, entre sonidos que resultaban difíciles de interpretar.
Simultáneamente, al fondo del jardín, cuatro niñas meneaban las caderas con los hula hula y miraban con atención el desempeño de las demás compañeras; y en el centro del patio pequeños pintores dibujaban en papel blanco a otros niños y a sus maestras.
Las voces de las educadoras, quienes daban instrucciones a base de señas y exagerada vocalización, destacaban entre los gemidos de los estudiantes y llamaban la atención de los participantes.
Cerca de las 11:00, cuatro estudiantes de séptimo año de básica, detuvieron sus actividades y se pararon frente al palo encebado que se encontraba en el centro del jardín.
Entre miradas y movimientos de brazos organizaban un plan para subir al poste de madera, hazaña que en ese momento parecía imposible.
John Faver, un niño de pelo castaño y aproximadamente 12 años, fue el primero en intentar trepar la grasosa estaca y al caer, con mirada pícara, se dirigió a sus compañeros, quienes pusieron en marcha un plan que era casi imposible de entender para el resto: después de casi media hora de intentos, los chicos lograron formar una especie de pirámide humana con la que consiguieron recolectar todos los elementos que el palo ofrecía: fundas de azúcar, chocolate y arroz.
Mientras Jorge San Martín, un flaco vestido de azul, bajaba con los premios, los asistentes saltaban y emitían sonidos extraños con emoción.
Una de las espectadoras era Adriana Vinueza. Ella, directora de la escuela dedicada a niños con discapacidades auditivas, señaló que este tipo de actividades fomenta el aprendizaje en los niños e impulsa el entendimiento de la cultura.
“Aunque los niños sean sordos, no significa que no puedan aprender lo mismo que un niño sin problemas, especialmente cuando se trata de actividades visuales y de movimientos”.
La máxima autoridad de la institución afirmó con una sonrisa que la idea del festival es rescatar los valores que han perdido los niños en Guayaquil y recordar que los juegos que existían anteriormente eran divertidos y sanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.