sábado, 29 de noviembre de 2014

EN PROCESO, LA INCLUSIÓN DE NIÑOS SORDOS A SECUNDARIA REGULAR

Noticias de México

Los niños sordos no son mudos, no escuchan pero sí hablan con las manos, además de expresarse mediante un sistema que aprenden de familiares con la misma discapacidad o en una escuela especial.

En el país se aceptó oficialmente la lengua de señas mexicana en 2005 y, desde ese año, la SEP empezó a promover programas para dar a los infantes con dificultades auditivas una educación de calidad, lo que implica la posibilidad de acceder al mismo conocimiento que un oyente.

Con ese fin se ha impulsado un proceso para integrarlos a escuelas regulares vía un modelo bilingüe-bicultural en el que la enseñanza se ofrece a través de ademanes y se les instruye en el manejo del español.

En el contexto de esta nueva política se considera que, una vez terminada la primaria, un siguiente paso es cursar la secundaria. Sin embargo, “hay poca guía en cómo hacerlo. No se sabe qué tipo de adaptaciones requieren”, expuso Martina Hall, estudiante de posgrado de la UNAM.

Para saber qué dificultades enfrentan estos alumnos, y como parte de su tesis de doctorado en Lingüística (La integración de alumnos sordos en una secundaria regular bajo el modelo bilingüe-bicultural), la universitaria analiza un proyecto en el que participan dos instituciones educativas del DF.

Su enfoque, más que pedagógico (la manera en que enseñan), “es por las lenguas”. A Hall le interesa saber qué funciones tienen (tanto las señas como el español) en el colegio y qué problemas de comunicación se presentan.

En este proyecto participan dos escuelas: una de sordos a nivel primaria, con dos grupos, y una secundaria regular, en la que los alumnos (los que oyen y los que no) reciben la misma instrucción; sin embargo, en la mayoría de las clases no están juntos, sólo en algunos talleres. En ambas cuentan con maestros e intérpretes.

Es un estudio descriptivo, el propósito es describir cómo se ofrece la integración a partir de las interacciones en el salón de educación bilingüe y el papel de la lengua de señas mexicana en ese proceso. Se busca determinar qué inconvenientes afrontan docentes y alumnos.

La integración parece fácil, pero establecer vasos de comunicación entre dos culturas es complicado. Los exámenes son una muestra donde aquélla se topa con la pared del español. Para un sordo una prueba de matemáticas es un test de castellano. El niño podrá saber la respuesta, pero si no entiende no contestará.

Ante la SEP, la escuela debe mostrar que todo lo hacen igual, aunque es difícil que así sea. Aunque se pueda evaluar al sordo “con señas”, ¿cómo demostrar que se integran al mismo nivel y darles la oportunidad de demostrar lo aprendido?

El uso de las lenguas es otra dificultad. En general, la clase se da en español y alguien traduce. Sin embargo, no es lo mismo que un maestro imparta directamente a necesitar un intérprete.

En un contexto educativo, reflexionó Hall, ¿qué papel tiene el último personaje? ¿Por qué no es lo mismo realizar esa labor ante un auditorio que frente a una clase con alumnos de 13 a 15 años?

Oficialmente, el intérprete sólo transmite lo expresado de un lenguaje a otro, pero tiene más funciones. Contesta preguntas, deletrea y apoya en español. Describir lo que hace y le piden será tarea de la tesista, pero si está bien o no será decisión de las escuelas participantes.

En la integración a secundaria se enfrentan dos culturas, historias diferentes y experiencias distintas. El oyente no sabe lo mismo que alguien con esa discapacidad. Quien escucha no se da cuenta de cuánto aprende sólo por lo que percibe auditivamente en la calle o en la tele, y quienes carecen de esa capacidad están excluidos de asimilar conocimiento de la misma manera.

¿En la escuela, cómo  se comunican entre ellos? El deletreo  es un puente. Que usen ese recurso —agregó Hall— no significa que saben señas (tienen una forma en la mano para cada letra). También se hablan con mímica, ademanes caseros y mediante algún compañero con cierto grado de oralización.

La comunicación entre infantes sordos y oyentes es más fluida que con sus maestros, porque aquéllos tienen más experiencias conjuntas y les interesa lo mismo, y éstos, para impartir su clase, usan una estrategia formal.

Además, lo que el profesor dice en señas no es “una línea recta”, pues hay factores que complican el proceso de enseñanza y el aprendizaje. Entre niños el contacto es conversacional y, por eso, más fluido que en un contexto académico.

Conocer o describir a detalle las dificultades de integración ayudará “a establecer los papeles de los participantes para alcanzar una comunicación y una enseñanza exitosa”, concluyó Hall.


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