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La posible controversia de si un niño sordo profundo debe o no ser integrado en un medio escolar ordinario no se suele presentar en los primeros años de vida.
En estas edades todos los profesionales implicados en la educación del niño sordo coinciden en la recomendación de que a partir de uno o dos años el niño asista a la guardería aunque sólo sea por el hecho de estar con otros niños.
La escuela infantil puede ser un lugar en el que el niño sordo encuentre situaciones óptimas que favorezcan su desarrollo. Para ello es importante que se haya elaborado un proyecto educativo que tenga en cuenta sus necesidades, sus posibilidades y sus límites. Este proyecto educativo debe incorporar el sistema de comunicación elegido así como las actividades y experiencias que contribuirán a la expresión del niño sordo y a su diálogo con los adultos, los compañeros y el entorno.
El eje principal de la dinámica educativa del niño sordo debe situarse en las actividades que realiza con sus compañeros a lo largo del día.
En la escuela infantil se suelen dar condiciones que facilitan enormemente el proceso de integración, actitudes positivas por parte de los educadores, programas muy flexibles con grandes posibilidades de adaptación, valoración de los aspectos socioafectivos, una educación personalizada, etc.
Además, es imprescindible una formación específica del educador que le permite adaptar su programación, optimizar las condiciones para la participación del niño sordo y sobre todo, que le proporcione pautas y medios alternativos de comunicación.
No podemos perder de vista que la idea de base de la integración escolar es incidir simultáneamente sobre el déficit sensorial y sobre la marginación social por entender que la segunda agrava y multiplica los efectos negativos de la sordera.
No obstante, hay opiniones a favor y en contra, la posibilidad de integrar a niños sordos, y más aún si son sordos profundos, ha sido contemplada con recelo tanto por sus maestros como por las propias asociaciones de sordos.
Las razones apuntan a hechos como que los alumnos sordos en las escuelas normales reciben menos atención individualizada y de menor calidad, ya que el número de alumno es mayor y los recursos técnicos menores. A que el profesorado no está suficientemente preparado. A que debido a las dificultades de comunicación oral, la integración social con sus compañeros puede no llegar a producirse, aunque estén en la misma clase. Y, finalmente, los adultos sordos manifiestan su disconformidad con la integración porque margina la utilización del mensaje de signos, que consideran necesario para la educación del niño sordo.
Por otra parte, los defensores de posiciones integradoras subrayan la importancia de un conjunto de ventajas en la educación no segregada del niño sordo pues posibilita una mayor interacción con los compañeros, favoreciendo la comunicación oral y a su vez promueve una adaptación más completa al entorno social debido a su conocimiento y experiencia ante situaciones y problemas sociales.
Sin embargo, con frecuencia, la práctica de la integración persigue solo la adaptación de los sordos al sistema y sociedad existente, estableciendo comportamientos en el alumno que sean aceptables por la comunidad a la que pertenecen.
En este modelo la sociedad aparece como una referencia fija y todo el esfuerzo de adaptación lo han de realizar los sordos, con lo que así tendremos una mesa que siempre cojeará de una pata.
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