CULTURA / LIBROS
En el libro "La nieta del señor Lihn", del escritor y cineasta francés Philippe Claudel, hay una escena donde el viejo señor Lihn deambula por las calles de la ciudad, enfundado en una bata y con unas pantuflas rotas.
Lleva a cuestas a su nieta de pocos meses. Está cansado, perdido y hambriento, al punto de que su mirada de la ciudad que le resulta tan hostil se vuelve especialmente aguda.
A través de su estado alterado, Claudel transmite que el sentido de lo cotidiano depende más de su repetición incansable que de una lógica inherente a la realidad: hay un momento en el que ve unos camiones entrar y salir a una fábrica a cargarse de productos, pero para él no son sino monstruos de metal que entran y salen de las fauces de un monstruo todavía más grande.
El lector se da cuenta de que la lógica de las cosas depende de una mirada interna que está habituada a contemplar siempre lo mismo, pero si se logra ver desde “fuera”, deja de tener sentido y es algo incluso un poco ridículo.
En la magistral película de su autoría Hace mucho que te quiero, Claudel también se centra —aunque quizá ahí desde el punto de vista de la sociedad— en un personaje marginal, una mujer que sale de la cárcel tras cometer un crimen en apariencia espeluznante.
La trama se revela de manera lenta y pausada, así que cuando el espectador conoce las verdaderas circunstancias, se ve obligado a reevaluar sus juicios previos. En una reciente charla en el Hay Festival de Xalapa, Claudel explicaba que le interesan los matices y complejidades de los seres que por distintas razones no encajan en el tejido social.
Él mismo ha dado clases en prisión y a niños sordomudos, así que ha conocido de primera mano a los sujetos de su interés narrativo y cinematográfico.
Ante la pregunta de si el dolor es un elemento que permite generar conciencia o aprendizaje, ofreció una ligera variación de la máxima nietzscheana, que puede servir como clave para comprender el núcleo de su obra: “Lo que no me mata me hace más humano”.
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