Caracas no es una ciudad amiga de los sordos. La profesora Yulexi Pirela, quien por años se encargó de su hermana sorda, lo sabe bien. Gracias a ella la docente conoció a Juan Carlos Mora cuando tenía siete años.
El pequeño, afectado por el "síndrome del silencio", estaba aislado. Vivía en un centro para niños de la calle en Capuchinos, donde abusaban de él. No tenía papá ni mamá. Yulexi le dio nombre y hasta fecha de nacimiento. También abrigo, alimentación, educación y cariño. Le enseñó el lenguaje de señas. Hoy tiene 21 años, estudia, trabaja y viajó a México, donde participó en un Encuentro Internacional de Sordos.
La transformación de Juan Carlos también la vivió Andreina Sira, quien se había fugado de la Casa Hogar Monseñor Arias cuando Yulexi la acogió, a los 8 años. Hoy, con 21, es catequista, ha dado cursos de lenguaje de señas en varias parroquias y sueña con ayudar a los niños de la calle. Ambos jóvenes sordomudos, y siete más (que se encontraban en situación de calle) tienen su hogar en un diminuto inmueble de 45 metros cuadrados, con tres habitaciones en el sector Los Castaños de Prado de María.
Esta particular familia se mantiene gracias a los sueldos de Yulexi y Marielba Figuera (sordomuda rehabilitada) y los aportes puntuales de algunos empresas y personas de la comunidad. "Queremos traer más sordos a la casa pero no tenemos espacio. El último que llegó es Ricardo, de 7 años, pero ya no cabemos. En Caracas no hay instituciones que atiendan a niños sordos con problemas de calle", lamenta Pirela.
Por el espacio limitado, Daysy y Leyda, que son hermanas, tienen que dormir juntas en una cama individual. En la misma habitación también están Génesis y Andreina. El otro cuarto lo comparten los varones. "Funcionamos como un hogar normalito. Nos equivocamos, hacemos las paces y seguimos adelante", cuenta Figuera.
Pero es, sobre todo, un hogar cristiano. No faltan las oraciones antes de dormir, van a misa los domingos, y los muchachos han recibido los sacramentos. El último logro de tres de los jóvenes sordomudos es haber conseguido un empleo, gracias a la buena disposición de una empresa del sector, la venta de maní San Jorge, donde cargan sacos, pesan, llenan y sellan bolsas de granos.
"En el caso de ellos la inserción laboral es difícil. Es necesario contar con la buena disposición del dueño de la empresa. Ellos todavía no son bachilleres y algunos no tienen lectura comprensiva", explica Figuera. El trabajo les ha dado otros valores: responsabilidad, puntualidad y constancia. Para Pirela, todo el esfuerzo habrá valido la pena si logra convertirlos en personas independientes, que trabajen, se enamoren, se casen y hagan su vida. Yulexi y Marielba, ambas docentes, pertenecen al Grupo de Vírgenes Consagradas de la Arquidiócesis de Caracas. Hoy sus esperanzas están puestas en la ampliación de la obra que iniciaron en 1997. Un terreno, que les fue donado, en Parque Caiza, es donde sueñan tener su nueva sede para atender a 16 jóvenes sordos.
Para esto necesitan del apoyo económico de quienes estén dispuestos a apoyarlas a nombre de la Fundación Monseñor Rufino Pérez Valle y a través de una cuenta de Bancaribe
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.