Saludó El Cid al que abría plaza con suave baile de brazos a la verónica, en lances despaciosos y templados. Fue un toro pronto en el caballo y alegre en banderillas, que llegó al último tercio con extrema boyantía y fijeza en el engaño. Además, repetía con con encendido ímpetu sus embestidas, lo que otorgó cierta dosis de emoción e intensidad a la labor de El Cid. Quien elaboró una faena pulcra y uniforme, sin excesivos relieves, compuesta por sobrias tandas de derechazos y naturales, que rubricó con una buena estocada. El cuarto resultó un animal de escaso trapío y anovillada estampa, que tampoco destacaría por constituir un dechado de casta y de fortaleza. Cada vez que el de Salteras bajaba su mano, el astado perdía las suyas, y cada vez que dibujaba un pase con cierto empaque, le resultaba imposible ligarlo con otro del mismo trazo. Entonces, El Cid optó por la única tauromaquia posible en estos casos: la tauromaquia para sordos. La que derrocha atronadoras voces de barítono para provocar arrancadas mortecinas en el toro y la que entusiasma con anodinos medios pases a los públicos, medio sordos de afición.
Recogió con soltura César Jiménez la corta embestida del colorado, calcetero que hizo segundo. Áspero animal, que recibió dos puyazos y que presentó una embestida dubitativa y menguada en el último tercio. El de Fuenlabrada insistió con denuedo en el cite infructuoso por ambos pitones, sin más resultado que algún pase suelto, exento de hondura y ligazón. Ante el quinto, animal descastado y sin transmisión, que salía de las suerte con la cara alta, volvió a repetir una buena dosis de cites en línea acompañados de una potente voz.
El madrileño David Mora dejó su artística tarjeta de presentación con una muestra de su acreditada excelsitud capotera, cuando jugó los brazos ante su primero con la elegancia que transmite el dominio y la donosura. Pero franela en mano, se encontró con un ejemplar de acometida renuente e incierta por el pitón derecho y de aviesas intenciones por el izquierdo,por lo que al torero sólo le cupo la opción de los arrestos y la valentía. Y tanto insistió en ellos que hasta resultó alcanzado y volteado sin consecuencias. De infame bajonajo y múltiples golpes de verduguillo se deshizo de tan hostil oponente. Meció la verónica también ante el sexto, al que quito por chicuelinas y se gustó con portentosa media. Aprovechó la noble condición de la res para componer una faena plena de torería y de buen gusto, hasta que el toro perdió interés en la pelea.
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