El ruido que duele

GENTE


“Pienso que el ruido duele, yo soy feliz así”, dice Juan Hernández Conde, mientras mueve las manos para expresarse en el lenguaje de señas... él es sordomudo.
Usando como traductor a su maestro de clase, Juan es todo un experto en el manejo de las manos para poder denunciar que su sordera le ha traído actos de discriminación; ha sido agredido, golpeado, apedreado en el barrio en donde vive, en un pueblo en donde la gente aún no tiene cultura sobre la discapacidad.
Por eso cree que el ruido duele. “A veces uno se pone triste porque no nos respetan; la gente nos critica, creen que nunca vamos a aprender, nos dicen tontos, nos insultan, se han reído de mí. Los niños no jugaban conmigo cuando era más pequeño”, comenta.
La discriminación provocó que Juan se convirtiera en un niño rebelde y agresivo; cuando llegó a CRIO, incluso, golpeó a su maestro y tuvo que aprender a controlar sus emociones.
Tiene 14 años, es de Ixhuatlancillo y actualmente cursa la primaria en la Escuela para Sordomudos que el Centro de Rehabilitación Integral de Orizaba abrió hace cinco años.
“Anteriormente yo iba a otras escuelas, pero nadie me explicaba con las manos, nadie me explicaba con señas”.
Llegar a CRIO para él fue lo mejor que le pudo pasar, aprendió el lenguaje a señas, pero también conoció a un nuevo grupo de amigos con los que ahora platica, se reúnen y salen de paseo por la ciudad.
Para Juan la sordera no es una discapacidad, ayuda a su mamá en la peluquería que tienen, cuida a su hermana pequeña, e incluso la prepara de comer.
-¿Qué te pone triste?
-El recuerdo de un amigo sordo que murió y no tuvo la oportunidad de ir a una escuela como la mía.
-¿Has soñado los sonidos?
-Sí muchas veces, me gustaría escuchar el sonido de una moto, más o menos me lo imagino moviendo mis labios.
A Juan le gustaría ser chef, pero no sabe si podrá estudiar; primero por la falta de recursos, pero también, porque quizá no haya una escuela que le enseñe en su idioma.

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